El desafío transgénero: una respuesta evangélica

Al enfrentarse a cualquier cuestión, la primera pregunta que deben hacerse los cristianos es: ¿qué dice la Biblia? La respuesta a esta pregunta es fundamental para la fe y la práctica cristianas. La autoridad última para nuestra comprensión de la realidad es la Biblia, que es nada más y nada menos que la mismísima Palabra de Dios. Nuestro conocimiento sobre cualquier cosa importante relativa a las cuestiones esenciales de la vida se basa en la realidad de que el único Dios verdadero y vivo es también el Dios que habla.

Recientemente, los cristianos evangélicos han aprendido la necesidad de desarrollar una teología evangélica del cuerpo. Los evangélicos deben reconocer, dadas las confusiones de nuestros días, que Dios tiene un propósito soberano al crearnos como criaturas encarnadas: criaturas que son masculinas y femeninas, es decir, macho y hembra. Además, debemos considerar que Dios le ha dado al hombre y a la mujer una estructura corporal única. Una teología evangélica del cuerpo desafiará inmediatamente uno de los supuestos fundamentales de la era secular: que nuestra existencia como hombres y mujeres no es más que un accidente biológico provocado por un proceso de evolución naturalista sin rumbo. La mente secular moderna asume que el género y la biología no están necesariamente vinculados. De hecho, la suposición moderna es que el género no es más que un concepto construido socialmente que discrimina y oprime en lugar de liberar.

La cosmovisión cristiana se enfrenta cara a cara con esa suposición. Las Escrituras definen claramente a los seres humanos como masculinos y femeninos, presentes aquí no por accidente, sino por propósito divino. Además, junto con todos los demás aspectos de la creación de Dios, este propósito fue declarado por el Creador como «bueno». Esto significa que el florecimiento y la felicidad del ser humano solo tendrán lugar cuando lo bueno de la creación de Dios sea honrado de la manera en que Dios pretendía. Una teología evangélica del cuerpo afirma que es bueno que el hombre sea masculino y la mujer sea femenina.

El hecho de que vivamos en un mundo caído explica por qué los pecadores negarán con frecuencia las distinciones entre lo masculino y lo femenino.

«Es urgentemente importante que los cristianos afirmemos que no somos más inteligentes ni más justos moralmente que los que nos rodean. Por el contrario, somos beneficiarios de la gracia y la misericordia de Dios porque hemos llegado a conocer la salvación por medio de Cristo, y recibimos orientación para vivir fielmente por medio del don de las Sagradas Escrituras».

R. Albert Mohler Jr.

Los ideólogos de la revolución sexual tienen razón parcialmente cuando afirman que gran parte de lo que nuestra sociedad celebra como masculino o femenino ha sido construido socialmente y debería descartarse. Son las Escrituras las que deberían informar y corregir nuestras nociones de lo que es masculino y lo que es femenino.

Pero las Escrituras refutan claramente cualquier teoría que afirme que el género es solo una construcción social, o que los seres humanos tienen libertad de definir el género de un modo distinto a lo que Dios definió como masculino y femenino en el acto de la creación.

Como también deja claro la Escritura, la identidad del ser humano como varón y mujer apunta al matrimonio como el contexto en el que el hombre y la mujer, hechos el uno para el otro, deben unirse en una unión que es santa, justa y absolutamente necesaria para el florecimiento humano.

El sexo, el género, el matrimonio y la familia se unen en los primeros capítulos de las Escrituras para dejar claro que todos los aspectos de nuestra vida sexual deben someterse al propósito de Dios en la creación, y canalizarse en el ámbito justo del comportamiento sexual humano, es decir, el matrimonio, que se define clara y exclusivamente como la unión monógama de por vida entre un hombre y una mujer.

La realidad de la pecaminosidad humana explica por qué hay quienes están profundamente preocupados y confundidos sobre algo tan fundamental como su género y su identidad. El hecho de que vivimos en un mundo caído también explica por qué hay ideologías, teorías y sistemas de pensamiento enteros construidos por pecadores para justificar su pecado. Esto es exactamente lo que Pablo denuncia en Romanos 1 cuando describe la restricción de la verdad con impiedad e injusticia, y el cambio de la verdad de Dios por la mentira.

Al leer las palabras del apóstol Pablo en Romanos 1, debemos reconocer que esa acusación inculpa a la humanidad entera. Esto significa que todos nosotros, abandonados a nuestra suerte, restringimos la verdad con injusticia y justificamos nuestro propio pecado al crear nuestras propias racionalizaciones. Solo somos rescatados de ese proceso de fatal autoengaño por la revelación de Dios en las Sagradas Escrituras, y por la victoria de Cristo en su cruz y resurrección.

Es urgentemente importante que los cristianos afirmemos que no somos más inteligentes ni más justos moralmente que los que nos rodean. Por el contrario, somos beneficiarios de la gracia y la misericordia de Dios porque hemos llegado a conocer la salvación por medio de Cristo, y recibimos orientación para vivir fielmente por medio del don de las Sagradas Escrituras

Los cristianos que conducen su vida guiados por las Escrituras reconocen que las controversias y confusiones sobre el sexo, el matrimonio y otras cuestiones forman parte de lo que significa vivir en un mundo caído. La Iglesia debe honrar los buenos dones que Dios nos da para cumplir dos grandes propósitos. Primero, obedecer a Dios y encontrar la verdadera felicidad y el florecimiento humano mientras obedecemos. Segundo, poner de manifiesto esa obediencia ante un mundo que nos observa para que los demás puedan ver la gloria de Dios en la fidelidad del cristiano, de modo que otros que necesitan a Cristo puedan encontrarlo.

En otras palabras, la fidelidad del cristiano en el matrimonio, así como su fiel defensa del mismo, es un acto de testimonio cristiano. De hecho, es uno de los actos más audaces de testimonio cristiano en esta época secular.

El último capítulo de las Escrituras nos recuerda que tendremos que lidiar con una humanidad caída y con los efectos del pecado hasta que Jesús regrese. Hasta entonces, debemos ser encontrados lavados en la sangre del Cordero y en espera, ansiosos por la redención de nuestros cuerpos y por la plenitud del Reino del Señor Jesucristo.  

©2016 R. Albert Mohler Jr. Usado y traducido con permiso.

Este artículo se publicó previamente en inglés en la revista Decision el 1 de enero de 2017.

Albert Mohler Jr. es presidente del Seminario Teológico Bautista del Sur en Louisville, Kentucky.