Este es un extracto de un sermón de Billy Graham:
Los historiadores probablemente llamarán a nuestro tiempo «la era de la ansiedad». Aunque es cierto que nuestras vidas son más fáciles que las de nuestros antepasados, tenemos más inquietud.
Buscamos en los lugares equivocados
Los hombres y mujeres modernos huyen a sus torres de marfil y allí, rodeados de lujos, artilugios informáticos y una falsa sensación de seguridad, se esconden de la realidad, de su conciencia y de Dios.
Pero incluso en sus torres de marfil recubiertas de oro, les acosa el sentimiento de que no son quienes deberían ser, de que no están viviendo la vida que deberían vivir, y de que «la vida [es] más que el alimento, y el cuerpo más que el vestido» (Mateo 6:25, RVA-2015).
El lujo externo es un sustituto barato de la plenitud espiritual.
Jesús, en el Sermón de la Montaña, nos previno contra la ansiedad: «¿Por qué se afanan por el vestido? Miren los lirios del campo, cómo crecen. Ellos no trabajan ni hilan; pero les digo que ni aun Salomón, con toda su gloria, fue vestido como uno de ellos. Si Dios viste así la hierba del campo, que hoy está y mañana es echada en el horno, ¿no hará mucho más por ustedes, hombres de poca fe?… Más bien, busquen primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas les serán añadidas…» (ver Mateo 6:25-34).
Pon tus ojos en Cristo, adóralo solo a Él. Él da equilibrio, seguridad y paz a la vida. Cristo dice: «Vengan a mí… Yo les daré descanso» (Mateo 11:28, NVI).
Dios nunca ha prometido eliminar en esta vida todos nuestros problemas y dificultades. Pero Dios ha prometido, en medio de los problemas y los conflictos, una paz genuina, una sensación de certeza y seguridad que la persona mundana nunca conoce (Juan 16:33).
Nuestra verdadera necesidad
La ansiedad existe cuando nuestras necesidades básicas no han sido satisfechas.
No se puede calmar la ansiedad de un bebé dándole un sonajero cuando lo que tiene es hambre. Seguirá llorando hasta que su hambre sea satisfecha con la comida que su pequeño cuerpo demanda.
Tampoco el alma de una persona madura puede saciarse sin Dios. David describió el hambre de todos los hombres y mujeres cuando dijo: «Como ciervo jadeante que busca las corrientes de agua, así te busca, oh Dios, todo mi ser»(Salmo 42:1).
¿Quién de nosotros puede afrontar el hecho de nuestro propio pecado inherente, el hecho del sufrimiento, el hecho de las desigualdades de la vida, el hecho de la eternidad y el juicio? ¿Quién puede afrontarlos y no estar ansioso, si no ha tenido un encuentro cara a cara con Cristo?
No lleves solo las cargas de la vida
Tú puedes decir: «Pero yo conozco cristianos profesos que se preocupan y están llenos de ansiedades».
Tienes razón. Todos experimentamos ansiedad cuando tratamos de llevar las cargas de la vida solos. La Biblia dice: «Depositen en él toda ansiedad, porque él cuida de ustedes» (1 Pedro 5:7).
Algunos cristianos no han aprendido que la vida es una asociación entre Dios y cada individuo. Cristo dijo: «Carguen con mi yugo». Cuando estamos unidos en yugo con Cristo, tirando como un equipo, las cargas de la vida se soportan fácilmente.
A todos los que desean librarse de la ansiedad, les haría tres sencillas sugerencias:
En primer lugar, deja de buscar las cosas triviales y pasajeras con las que se sacian los hombres y mujeres modernos, y busquen el Reino de Dios tal como se revela en Cristo. Deja que la vida de Dios surja a través de tu alma mientras depositas con fe todo el peso de tus cargas en Jesucristo, quien murió por ti.
Segundo, deja de pensar solo en ti mismo: enfócate en Dios primero y en los demás después. El egocentrismo es una terrible fuente de ansiedad.
Tercero, comprométete plenamente con Cristo. No seas un cristiano rendido a medias. Una de las palabras más grandes que Jesús pronunció fue: «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu» (Lucas 23:46). Incluso mientras soportaba la vergüenza y la agonía de la cruz, su corazón, alma, mente y fuerza estaban dedicados al propósito y la voluntad de su Padre celestial.
El cristiano verdaderamente feliz es el que está entregado a Cristo por completo y de todo corazón.