¿Estás agradecido pase lo que pase? Descubre la historia de un hombre que tenía todo el derecho de estar amargado, pero no lo estaba.
Sabía que los siguientes pasos en el pasillo podían ser los de los guardias que lo llevarían a su ejecución. Su lecho era el duro y frío suelo de piedra de la húmeda y estrecha celda. No pasaba una hora sin que sintiera la constante irritación de las cadenas y el dolor de los grilletes de hierro que le cortaban las muñecas y las piernas.
Separado de sus amigos, acusado injustamente, tratado con brutalidad, si alguien tenía derecho a quejarse, ése era él, quien languidecía casi olvidado en una dura prisión romana. Pero en lugar de quejas, sus labios resonaban con palabras de alabanza y agradecimiento.
Se trataba del apóstol Pablo, un hombre que había aprendido el significado de la verdadera acción de gracias, incluso en medio de una gran adversidad. Anteriormente, cuando había sido encarcelado en Roma, Pablo escribió: «Canten y alaben al Señor con el corazón, dando siempre gracias a Dios el Padre por todo, en el nombre de nuestro Señor Jesucristo» (Efesios 5:19-20, NVI).
Piensa un minuto en esa idea: dar siempre gracias por todo, ¡sin importar las circunstancias!
Para el apóstol Pablo, la acción de gracias no era una celebración anual, sino una realidad cotidiana que cambió su vida e hizo de él una persona gozosa en cualquier situación.
La acción de gracias —es decir, dar gracias a Dios por todas sus bendiciones— debe ser una de las marcas más distintivas del creyente en Jesucristo. No debemos permitir que un espíritu de ingratitud endurezca nuestro corazón y enfríe nuestra relación con Dios y con los demás.
Nada nos convierte más rápidamente en personas amargadas, egoístas e insatisfechas que un corazón ingrato. Y nada hará más para restaurar la satisfacción y el gozo de nuestra salvación que un espíritu de agradecimiento verdadero.
En el mundo antiguo, la lepra era una enfermedad terrible. Desfiguraba sin remedio a quienes la padecían y los apartaba permanentemente de la sociedad. Todos los leprosos, sin excepción, anhelaban una cosa: ser sanados.
Un día, diez leprosos se acercaron a Jesús a la salida de un pueblo, suplicándole en voz alta que los curara. En un instante les devolvió la salud; no obstante, solo uno volvió y le dio las gracias. Todos los demás se marcharon sin darle las gracias, pensando solo en sí mismos, presos de un espíritu de ingratitud.
También hoy, la ingratitud es demasiado común. Los hijos se olvidan de agradecerle a sus padres por todo lo que hacen. Se desprecia la cortesía. Damos por sentadas las formas en que los demás nos ayudan. Y, sobre todo, no agradecemos a Dios sus bendiciones.
La ingratitud es un pecado, al igual que la mentira, el robo, la inmoralidad o cualquier otro pecado condenado por la Biblia. Una de las acusaciones de la Biblia contra la humanidad rebelde es que: «A pesar de haber conocido a Dios, no lo glorificaron como a Dios ni le dieron gracias» (Romanos 1:21). Un corazón ingrato es un corazón frío hacia Dios e indiferente ante su misericordia y amor. Es un corazón que ha olvidado lo dependientes que somos de Dios para todo.
De principio a fin de la Biblia, se nos ordena ser agradecidos. De hecho, el agradecimiento es la salida natural de un corazón que está en sintonía con Dios. El salmista declaró: «Canten al Señor con gratitud» (Salmo 147:7). Pablo escribió: «Sean agradecidos» (Colosenses 3:15). Un espíritu de acción de gracias es siempre la marca de un cristiano alegre.
¿Por qué debemos estar agradecidos? Porque Dios nos ha bendecido, y debemos estar agradecidos por cada bendición.
Agradece a Dios por las bendiciones materiales que nos da
Parece que nunca estamos satisfechos con lo que tenemos, seamos ricos o pobres, sanos o enfermos. Pero ¡qué diferencia cuando nos damos cuenta de que todo lo que tenemos nos ha sido dado por Dios! El rey David oró: «De ti proceden la riqueza y el honor… Te damos gracias y a tu glorioso nombre tributamos alabanzas… y lo que te hemos dado, de ti lo hemos recibido» (1 Crónicas 29:12-14).
Hace algunos años visité a un hombre rico y exitoso. Era la envidia de todos sus amigos y socios. Pero mientras hablábamos, no pudo contener el llanto y confesó que se sentía desdichado por dentro. La riqueza no había podido llenar el vacío de su corazón.
Unas horas más tarde visité a otro hombre a una corta distancia. Su casa era humilde y casi no tenía posesiones terrenales. Sin embargo, su rostro estaba radiante mientras me contaba acerca del trabajo que estaba haciendo para Cristo y cómo Él había llenado su vida de sentido y propósito. Estoy convencido de que el segundo hombre era realmente rico. Aunque no tenía mucho, había aprendido a estar agradecido por todo lo que Dios le había dado. Pablo declaró: «Sé lo que es vivir en la pobreza y lo que es vivir en la abundancia. He aprendido a vivir en todas y cada una de las circunstancias, tanto a quedar saciado como a pasar hambre, a tener de sobra como a sufrir escasez» (Filipenses 4:12). Un espíritu de agradecimiento marca la diferencia.
¿Estás constantemente preocupado por lo que no tienes? ¿O has aprendido a dar gracias a Dios por lo que tienes?
Agradece a Dios por las personas que ha traído a tu vida
Es muy fácil dar por sentado que siempre contaremos con las personas de nuestras vidas, o incluso quejarse y enfadarse porque no satisfacen todos nuestros deseos. Pero debemos dar gracias por quienes nos rodean: nuestros cónyuges, nuestros hijos, nuestros parientes, nuestros amigos y otras personas que nos ayudan de alguna manera.
Una vez recibí una carta de una mujer que comenzó hablando de lo afortunada que era por tener un esposo amable y considerado. A continuación, dedicó cuatro páginas a enumerar todos sus defectos. ¿Cuántos matrimonios y otras relaciones se enfrían y acaban destrozándose por culpa del pecado de la ingratitud?
¿Les haces saber a los demás que los aprecias y que estás agradecido por ellos? Los cristianos de Corinto distaban mucho de ser perfectos, pero Pablo comenzó su primera carta diciéndoles: «Siempre doy gracias a mi Dios por ustedes» (1 Corintios 1:4). Cuando un grupo de creyentes (a los que Pablo nunca había visto) salió a saludarle mientras se acercaba a Roma, leemos que: «Al verlos, Pablo dio gracias a Dios y cobró ánimo» (Hechos 28:15). Agradece a Dios por aquellos que tocan tu vida.
Agradece a Dios en medio de las pruebas e incluso en medio de la persecución
Todos buscamos apartamos de las dificultades; no obstante, ninguno de nosotros está exento de algún tipo de problema. En muchas partes del mundo es peligroso el simple hecho de ser cristiano a causa de la persecución.
Sin embargo, en medio de esas pruebas podemos dar gracias a Dios, porque sabemos que Él ha prometido estar con nosotros y que Él nos ayudará. Sabemos que Él puede usar los momentos de sufrimiento para acercarnos más a Él: «Hermanos míos, considérense muy dichosos cuando tengan que enfrentarse con diversas pruebas, pues ya saben que la prueba de su fe produce perseverancia» (Santiago 1:2-3).
Cuando el profeta Daniel se enteró de que unos malvados conspiraban contra él para destruirlo, «se arrodilló y se puso a orar y alabar a Dios» (Daniel 6:10).
La Biblia dice: «Den gracias a Dios en toda situación, porque esta es su voluntad para ustedes en Cristo Jesús» (1 Tesalonicenses 5:18). Pablo declaró: «Así perseverarán con paciencia en toda situación y con mucha alegría darán gracias al Padre. Él los ha facultado para participar de la herencia de los creyentes en el reino de la luz» (Colosenses 1:11-12).
No sé qué pruebas estás afrontando en este momento, pero Dios sí lo sabe, y Él te ama y está contigo por medio de su Espíritu Santo. Cultiva un espíritu de agradecimiento, incluso en medio de las pruebas y las angustias.
Agradece a Dios especialmente por su Salvación en Jesucristo
Dios nos ha dado el regalo más grande de todos: su Hijo, quien murió en la cruz y resucitó para que podamos conocerlo personalmente y pasar la eternidad con Él en el cielo. «¡Gracias sean dadas a Dios por su don indescriptible!» (2 Corintios 9:15).
La Biblia nos dice que estamos separados de Dios porque hemos pecado. Pero Dios nos ama y quiere que formemos parte de su familia para siempre. Nos ama tanto que envió a su Hijo solo al mundo para morir como sacrificio perfecto por nuestros pecados. Todo lo que tenemos que hacer es acercarnos con fe y aceptar a Cristo como nuestro Salvador y Señor: «Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna» (Juan 3:16).
¿Has abierto tu corazón a Jesucristo? Si no es así, acude a Él con una sencilla oración de arrepentimiento y fe, y dale gracias por lo que ha hecho por ti. Y si conoces a Cristo, ¿cuánto tiempo ha pasado desde que le diste gracias a Dios por tu salvación? No debemos dejar pasar un día sin agradecer a Dios por su misericordia y su gracia para con nosotros en Jesucristo.
Agradece a Dios por su continua presencia y poder en tu vida.
Cuando venimos a Cristo, no es el final sino el comienzo de una vida completamente nueva. Él está con nosotros y quiere ayudarnos a seguirle a Él y a su Palabra.
Nosotros mismos no tenemos la fuerza que necesitamos para vivir como Dios quiere que vivamos. Pero cuando acudimos a Él, descubrimos que «Dios es quien produce en [nosotros] tanto el querer como el hacer para que se cumpla su buena voluntad» (Filipenses 2:13). Jesús le prometió a sus discípulos: «Se me ha dado toda autoridad en el cielo y en la tierra… Les aseguro que estaré con ustedes siempre, hasta el fin del mundo» (Mateo 28:18,20).
En muchos países se dedica cada año un día especial a la acción de gracias. Pero para el cristiano, cada día puede ser un día de acción de gracias, ya que estamos «dando siempre gracias a Dios el Padre por todo, en el nombre de nuestro Señor Jesucristo» (Efesios 5:20).
¿Conoces el gozo de tener una relación personal con Dios? Empieza hoy mismo.