Lectura bíblica: 2 Crónicas 1:1-15
¿Qué haría yo si me nombraran rey de una nación? ¿Acumularía toda la riqueza posible? ¿Proclamaría fiestas en mi honor? ¿Aprovecharía mi posición de poder para satisfacer mis deseos egoístas y perjudicar a mis enemigos?
No creo que haría ninguna de estas cosas, pero muy probablemente la tentación estaría ahí.
Ese habría sido el caso para un rey especialmente en la época del Antiguo Testamento. En aquella época, ser rey significaba una riqueza y un poder insondables: una nación entera pendiente de cada uno de tus caprichos y palabras. Si ascendía al trono un líder egoísta, la situación era propicia para el abuso.
Teniendo esto en cuenta, analicemos los primeros días del reinado del rey Salomón, cuyo relato encontramos en los primeros versículos de 2 Crónicas.
El primer versículo llama la atención al ser una declaración que resume todo el pasaje:
«Salomón hijo de David consolidó su reino, pues el Señor su Dios estaba con él y lo hizo muy poderoso».
Dios elevó a Salomón como rey, le dio a conocer su presencia y lo bendijo en gran medida.
A cambio, ¿qué hizo Salomón al asumir el trono? ¿Se preocupó solo por sí mismo? ¿Se dedicó a descansar en las riquezas de la realeza? ¡No! Condujo a toda la nación de Israel a adorar al Señor. Y lo hizo a gran escala.
Salomón ofreció mil holocaustos al Señor. Al hacerlo, Salomón mostró que Dios exige la adoración no solo de los líderes de una nación (reyes, pastores, diáconos), sino también del pueblo. Nadie está exento de adorar a Dios.
Después de que Salomón se humillara y adorara a Dios, ocurrió algo realmente extraordinario. Podemos leerlo en el versículo 7:
«Aquella noche Dios se le apareció a Salomón y le dijo: “Pídeme lo que quieras”».
¿Te imaginas? El Dios del universo acogió a Salomón en su santa presencia y le ofreció cumplir cualquier petición que le hiciera.
En respuesta, Salomón le pidió a Dios sabiduría y conocimiento, no con el fin de obtener ganancias egoístas, sino para gobernar con justicia al pueblo de Dios. Salomón se dio cuenta de su propia incapacidad, y de la capacidad de Dios para equiparlo.
El texto (vv. 11-12) nos dice que Dios se sintió tan conmovido que le dijo a Salomón que también le concedería riqueza, honor y fama, además de sabiduría, ya que Salomón no pidió nada para sí mismo.
Y en los versículos 14 y 15 vemos cómo Dios cumplió su promesa a Salomón. El rey acumuló más de 1400 carros y 12 000 jinetes (que, en términos de ejército, serían el equivalente a los carros de combate de hoy en día). El Segundo Libro de las Crónicas también dice que «… la plata y el oro [llegaron a ser] tan comunes en Jerusalén como las piedras» (v. 15).
Verdaderamente, Salomón fue bendecido con poder y riquezas más allá de todo sueño.
En cuanto a nosotros, aprendamos una lección de Salomón. Puedes ser el jefe, o puedes ser un trabajador principiante; puedes ser el alcalde o barrer las calles.
En cualquier caso, humíllate ante el Señor y adóralo por encima y antes de todo. Busca su sabiduría y su guía.
Cuando te acerques y lo exaltes solo a Él, Él te bendecirá con su presencia en tu vida.
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Lectura bíblica: 2 Crónicas 1:1-15
1 Salomón hijo de David consolidó su reino, pues el Señor su Dios estaba con él y lo hizo muy poderoso.
2 Salomón habló con todos los israelitas, es decir, con los jefes de mil y de cien soldados, con los gobernantes y con todos los jefes de las familias patriarcales de Israel.
3 Luego, él y toda la asamblea que lo acompañaba se dirigieron al santuario de Gabaón, porque allí se encontraba la Tienda de la reunión con Dios que Moisés, siervo del Señor, había hecho en el desierto.
4 El arca de Dios se encontraba en Jerusalén, en la tienda que David le había preparado cuando la trasladó desde Quiriat Yearín,
5 pero el altar de bronce que había hecho Bezalel, hijo de Uri y nieto de Jur, estaba en Gabaón, frente al santuario del Señor. Por eso Salomón y los israelitas fueron a ese lugar para consultar al Señor.
6 Allí, en presencia del Señor, Salomón subió al altar que estaba en la Tienda de reunión, y en él ofreció mil holocaustos.
7 Aquella noche Dios se le apareció a Salomón y le dijo: «Pídeme lo que quieras».
8 Salomón respondió: «Tú trataste con mucho amor a David mi padre, y a mí me has permitido reinar en su lugar.
9 Señor y Dios, cumple ahora la promesa que le hiciste a mi padre David, pues tú me has hecho rey de un pueblo tan numeroso como el polvo de la tierra.
10 Yo te pido sabiduría y conocimiento para gobernar a este gran pueblo tuyo; de lo contrario, ¿quién podrá gobernarlo?».
11 Entonces Dios le dijo a Salomón: «Ya que has pedido sabiduría y conocimiento para gobernar a mi pueblo, sobre el cual te he hecho rey, y no has pedido riquezas ni bienes ni esplendor, y ni siquiera la muerte de tus enemigos o una vida muy larga,
12 te los otorgo. Pero además voy a darte riquezas, bienes y esplendor, como nunca los tuvieron los reyes que te precedieron ni los tendrán los que habrán de sucederte».
13 Después de esto, Salomón bajó de la Tienda de reunión, que estaba en el santuario de Gabaón, y regresó a Jerusalén, desde donde reinó sobre Israel.
14 Salomón multiplicó el número de sus caballos y de sus carros de combate; llegó a tener mil cuatrocientos carros y doce mil caballos, los cuales mantenía en las caballerizas y en su palacio de Jerusalén.
15 El rey hizo que la plata y el oro fueran en Jerusalén tan comunes como las piedras, y que el cedro abundara como las higueras en la llanura.