Devocional de Will Graham: ¿Es grave mentir?

Lectura bíblica: 1 Crónicas 21:1-17

¿Has dicho alguna «mentira piadosa»? ¿Has echado un vistazo rápido a algo que no deberías? ¿Has caído en el chisme o has hecho que un enemigo parezca peor de lo que realmente es?

Mucha gente piensa que estos son pecados menores: pensamientos impuros, pequeñas tergiversaciones de la verdad para conseguir algo o comentarios hirientes que salen de nuestra boca sin que tengamos tiempo siquiera de pensarlo dos veces. Tal vez no te parezcan problemas graves. Después de todo, no has matado a nadie ni has robado un banco.

Sin embargo, la Biblia nos dice que a Dios le importan todos los pecados, y por eso, esos pecados sí importan.

En 1 Crónicas 21:1-17, encontramos una historia muy interesante que a primera vista no parece una situación de vida o muerte. David simplemente le pidió a Joab, el jefe de su ejército, que hiciera un censo de todos los combatientes de Israel. Joab reconoció inmediatamente que esta petición aparentemente inocua era una orden cuestionable (había circunstancias en las que estaba permitido hacer un censo, pero esta no coincidía con ninguna de ellas) e instó a David a que no lo hiciera. Sin embargo, David ignoró las preocupaciones de Joab y siguió adelante con el recuento. Al hacerlo, provocó la ira de Dios y trajo una gran destrucción a su nación.

¿Qué podemos aprender sobre el pecado a partir del trágico error de David?

El pecado es malo. Todo pecado, no importa cuán «insignificante» sea, es malo y va en contra de la voluntad de Dios. De hecho, el versículo uno dice claramente que Satanás impulsó a David a pecar. Un censo nos parece algo tan trivial. De hecho, uno podría justificarlo fácilmente como una estrategia que era necesaria para medir la fuerza del ejército de David; sin embargo, esa actitud desagradó a Dios.

Del mismo modo, podemos justificar nuestras palabras, nuestras acciones, o incluso nuestra inacción, pero tenemos que entender que el pecado es pecado, y el pecado es malo. Sea lo que sea, le importa a Dios.

La raíz de todo pecado es el orgullo. Al leer esta historia bíblica, uno puede ver que David quiso hacer un conteo de la gente porque quería medir el tamaño de su éxito. David dio cabida en su corazón al orgullo, lo que lo llevó a centrarse en sus propias fuerzas en lugar de confiar en Dios. El orgullo es increíblemente destructivo. De hecho, la Biblia nos dice que el orgullo fue la caída de Satanás (Isaías 14:12-17).

Todos nuestros pecados también tienen el orgullo como raíz, que nos hace creer que merecemos algo o que somos mejores que los demás. El orgullo nos aleja de la humildad que deberíamos ejemplificar, y nos lleva a un lugar peligroso donde el pecado puede apoderarse de nosotros.

Todo pecado tiene consecuencias. No importa cuán pequeño o grande sea, todo pecado tiene consecuencias. A través del profeta Gad, Dios le anunció a David que su pecado recibiría un castigo. Y le dio a David tres opciones: tres años de hambre, tres meses en que los enemigos de David triunfarían sobre él y sobre Israel, o tres días de plaga.

David escogió tres días de plaga, ya que Dios mismo sería quien traería ese castigo, y se dio cuenta de que es mejor estar en las manos de la justicia de Dios que en las manos del hombre. Como consecuencia, setenta mil personas murieron en Israel. Y todo a causa de un pecado aparentemente insignificante.

Siempre hay consecuencias, no solo para la persona que comete el pecado, sino también para los que la rodean. Pensemos en una joven pareja que pierde la vida a causa de un conductor ebrio, una familia destrozada por el adulterio, un pequeño empresario afectado por el robo en su tienda, o los niños pequeños que observan y aprenden los pecados de los mayores que los rodean. Como dice Lucas 8:17: «Porque no hay nada escondido que no llegue a descubrirse ni nada oculto que no llegue a conocerse públicamente». El pecado siempre saldrá a la luz, y sus consecuencias serán de largo alcance.

Amigos míos, vivimos en un mundo que celebra el pecado. De hecho, según nuestra cultura, si no disfrutas tu pecado, algo anda mal contigo. Sin embargo, no estamos llamados a vivir según el mundo, sino según la Palabra. No tomes el pecado a la ligera. Recuerda que, por pequeño que te parezca, es en realidad grave. Cuando caigas, haz como David, que reconoció lo que había hecho, se arrepintió y buscó el perdón. Servimos a un Padre misericordioso que es «fiel y justo» para perdonar nuestros pecados y limpiarnos «de toda maldad» (1 Juan 1:9).

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Lectura bíblica: 1 Crónicas 21:1-17, NVI

1 Satanás conspiró contra Israel e indujo a David a hacer un censo del pueblo. 

2 Entonces David dijo a Joab y a los comandantes del ejército: —Vayan y hagan un censo militar que abarque desde Berseba hasta Dan, luego tráiganme el informe para que yo sepa cuántos pueden servir en el ejército.

3 Joab respondió: —¡Que el Señor multiplique cien veces las tropas! Pero ¿acaso no son todos ellos servidores suyos? ¿Para qué quiere hacer esto mi señor el rey? ¿Por qué ha de hacer algo que traiga un castigo sobre Israel?

4 Sin embargo, la orden del rey prevaleció sobre la opinión de Joab, de modo que este salió a recorrer todo el territorio de Israel. Después regresó a Jerusalén 

5 y entregó a David los resultados del censo militar: En todo Israel había un millón cien mil que podían servir en el ejército, y en Judá, cuatrocientos setenta mil.

6 Pero Joab no contó a los de las tribus de Leví ni de Benjamín, porque para él era detestable la orden del rey. 

7 Dios también la consideró como algo malo, por lo cual castigó a Israel.

8 Entonces David dijo a Dios: «He cometido un pecado muy grande al hacer este censo. He actuado como un necio. Yo te ruego que perdones la maldad de tu siervo».

9 El Señor dijo a Gad, el vidente de David: 

10 «Ve y dile a David que así dice el Señor: “Te doy a escoger entre estos tres castigos: dime cuál de ellos quieres que te imponga”».

11 Entonces Gad fue a ver a David y le dijo: —Así dice el Señor: “Elige una de estas tres cosas: 

12 tres años de hambre, o tres meses de persecución y derrota por la espada de tus enemigos, o tres días en los cuales el Señor castigará con plaga el país, y su ángel traerá destrucción en todos los rincones de Israel”. Piénsalo bien y dime qué debo responderle al que me ha enviado.

13 —¡Estoy entre la espada y la pared! —respondió David—. Pero es mejor que yo caiga en las manos del Señor, porque su compasión es muy grande, y no que caiga en las manos de los hombres.

14 Por lo tanto, el Señor mandó contra Israel una plaga y murieron setenta mil israelitas. 

15 Entonces Dios envió un ángel a Jerusalén para destruirla. Y al ver el Señor que el ángel la destruía, se lamentó y dijo al ángel destructor: «¡Basta! ¡Detén tu mano!». En ese momento, el ángel del Señor se hallaba en el lugar donde Arauna el jebuseo limpiaba el trigo.

16 David alzó la vista y vio que el ángel del Señor estaba entre la tierra y el cielo, con una espada desenvainada en la mano que apuntaba hacia Jerusalén. Entonces David y los jefes, vestidos de luto, se postraron sobre su rostro.

17 Y David dijo a Dios: «Señor y Dios mío, ¿acaso no fui yo el que dio la orden de censar al pueblo? ¿Qué culpa tienen estas ovejas? ¡Soy yo el que ha pecado! ¡He actuado muy mal! ¡Descarga tu mano sobre mí y sobre mi familia, pero no sigas hiriendo a tu pueblo!».