Lectura bíblica: Jonás 1, NVI
Vivimos en un mundo oscuro y enfermo de pecado. Esta afirmación no debería sorprenderte, sobre todo si ya eres un seguidor de Jesucristo.
El mundo en que vivimos está lleno de personas que tratan de impulsar una visión poscristiana del mundo en la que el pecado es aceptable. Estos argumentos abundan en el mundo de la farándula y las redes sociales, pero es posible que también los escuches dentro de tu propia familia, con tu grupo más cercano de amigos o en tu ambiente laboral.
Lamentablemente, muchas personas dentro de nuestras iglesias también están cayendo en la mentira de que nuestro pecado no tiene consecuencias. Después de todo, si Cristo murió por nuestros pecados, ¿por qué no podemos seguir pecando? El precio ya está pagado, ¿o no?
Por supuesto, el pecado tiene importancia. Nuestro pecado —el tuyo y el mío— fue lo que llevó a Jesús a la cruz. Es difícil considerar o imaginar siquiera el sufrimiento que soportó por nosotros y no reconocer la gravedad del pecado.
El primer capítulo de Jonás es un excelente ejemplo de las consecuencias de nuestro pecado. Tal vez conozcas la historia:
Dios le ordenó al profeta Jonás: «Anda, ve a la gran ciudad de Nínive y proclama contra ella que su maldad ha llegado hasta mi presencia» (Jonás 1:2).
En su momento, Nínive era considerada la ciudad más grande del mundo. Sin embargo, no era llamada «grande» simplemente por su tamaño, sino también por la magnitud de su pecado. La ciudad era famosa por su violencia. No es de extrañar que, tras recibir el mensaje de Dios, Jonás haya decidido salir huyendo en dirección contraria.
¿Tenía miedo? Quizá, pero también sabemos que no quería que Nínive experimentara el perdón de Dios (Jonás 3:10, 4:1-2). En lugar de ello, Jonás salió huyendo en un barco, y finalmente acabó en el «vientre de un pez» tras haber sido arrojado por la borda (Jonás 1:17).
¿Qué podemos aprender del tumultuoso viaje de Jonás?
En primer lugar, el pecado nos hace huir del Señor. En el versículo 3 se nos dice claramente que Jonás intentaba huir de la presencia del Señor, y se vuelve a aludir a ello en el versículo 10. Jonás descendió a Jope, pagó el pasaje para viajar a Tarsis y subió al barco.
Es interesante que este profeta, que conversaba con el Dios Todopoderoso, pensara que podría escapar de la presencia del Señor simplemente trasladándose físicamente de un lugar a otro. Sin embargo, ¿cuántas veces hacemos lo mismo espiritualmente? El pecado hace que pasemos menos tiempo estudiando la Biblia y menos tiempo en oración, alejándonos de la presencia de Dios en nuestras vidas. Incluso pensamos que podemos escondernos de Él.
En segundo lugar, nuestro pecado afectará a los demás. El pecado de Jonás afectó tanto a los experimentados marineros que se asustaron mucho. Nunca habían visto una tormenta como esa, y se vieron obligados a arrojar su carga al mar (es decir, sus ingresos y posesiones) mientras el barco se deshacía. Además, cuando se enteraron de que Jonás era el causante de la tormenta, se vieron obligados a tomar una desgarradora decisión de vida o muerte.
Del mismo modo, puedes pensar que tu pecado no perjudica a nadie, pero no es así. Es probable que tu cónyuge, tus hijos, tus colegas o tu iglesia se vean afectados, ya sea que tú o ellos se den cuenta o no.
En tercer lugar, el pecado puede traer una falsa sensación de paz. Incluso en medio de la enorme tormenta —mientras los marineros descargaban frenéticamente su barco y clamaban a los dioses paganos—, Jonás dormía profundamente en el fondo del barco.
Una de las peores cosas que podemos hacer es utilizar la «paz» como factor determinante para juzgar si estamos en medio de la voluntad de Dios. Puede que sientas que te sales con la tuya en tu pecado, o que no es gran cosa, pero al final, siempre verás las terribles consecuencias.
Finalmente, el pecado nos llevará a donde no queremos ir. Puesto que Jonás desobedeció a Dios, se encontró en medio de una tormenta en el mar Mediterráneo. Al final fue arrojado por la borda al mar y, según el versículo 17, se encontró en el vientre de un pez.
Tengo un amigo que dice que el pecado te llevará a donde no quieres ir, te retendrá más tiempo del que quieres quedarte y te costará más de lo que puedes pagar. Cuando permanecemos en pecado, el pecado nos aprieta cada vez más, y hace que escapar sea cada vez más difícil. Piensa en esto: si nuestros pecados no son perdonados, serán ellos mismos los que nos lleven al infierno, un lugar al que nadie quiere ir.
La ciudad de Nínive estaba infectada por el pecado, pero una vez que Jonás les proclamó el mensaje de Dios, todos se arrepintieron inmediatamente y clamaron a Dios. «Al ver Dios lo que hicieron, es decir, que se habían convertido de su mal camino, cambió de parecer y no llevó a cabo la destrucción que les había anunciado» (Jonás 3:10).
Lo mismo puede ocurrir con nosotros. En lugar de enorgullecernos de nuestro pecado o minimizar su impacto, debemos ver la gravedad del mismo y arrepentirnos también. Cuando eso ocurra, las cadenas y la esclavitud del pecado se romperán por medio del poder de Jesús, nuestro Salvador.
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Lectura bíblica: Jonás 1
1 La palabra del Señor vino a Jonás hijo de Amitay:
2 «Anda, ve a la gran ciudad de Nínive y proclama contra ella que su maldad ha llegado hasta mi presencia».
3 Jonás se fue, pero en dirección a Tarsis, para huir del Señor. Bajó a Jope, donde encontró un barco que zarpaba rumbo a Tarsis. Pagó su pasaje y se embarcó con los que iban a esa ciudad, huyendo así del Señor.
4 Pero el Señor lanzó sobre el mar un fuerte viento, y se desencadenó una tormenta tan violenta que el barco amenazaba con hacerse pedazos.
5 Los marineros, aterrados y a fin de aliviar la situación, comenzaron a clamar cada uno a su dios y a lanzar al mar lo que había en el barco. Jonás, en cambio, había bajado al fondo de la nave para acostarse y dormía profundamente.
6 El capitán del barco se le acercó y le dijo: —¿Cómo puedes estar durmiendo? ¡Levántate! ¡Clama a tu dios! Quizá se fije en nosotros, y no perezcamos.
7 Los marineros, por su parte, se dijeron unos a otros: —¡Vamos, echemos suertes para averiguar quién tiene la culpa de que nos haya venido este desastre! Así lo hicieron, y la suerte recayó en Jonás.
8 Entonces le preguntaron: —Dinos ahora, ¿quién tiene la culpa de que nos haya venido este desastre? ¿A qué te dedicas? ¿De dónde vienes? ¿Cuál es tu país? ¿A qué pueblo perteneces?
9 —Soy hebreo y temo al Señor, Dios del cielo, que hizo el mar y la tierra firme —les respondió.
10 Al oír esto, los marineros se aterraron aún más y, como sabían que Jonás huía del Señor, pues él mismo se lo había contado, le dijeron: —¡Qué es lo que has hecho!
11 Pero el mar se iba enfureciendo más y más, así que le preguntaron: —¿Qué vamos a hacer contigo para que el mar deje de azotarnos?
12 —Tómenme y láncenme al mar, y el mar dejará de azotarlos —les respondió—. Yo sé bien que por mi culpa se ha desatado sobre ustedes esta terrible tormenta.
13 Sin embargo, en un intento por regresar a tierra firme, los marineros se pusieron a remar con todas sus fuerzas; pero, como el mar se enfurecía más y más contra ellos, no lo consiguieron.
14 Entonces clamaron al Señor: «Oh Señor, tú haces lo que quieres. No nos hagas perecer por quitarle la vida a este hombre, ni nos hagas responsables de la muerte de un inocente».
15 Así que tomaron a Jonás y lo lanzaron al agua, y la furia del mar se aplacó.
16 Al ver esto, se apoderó de ellos un profundo temor al Señor, a quien le ofrecieron un sacrificio y le hicieron votos.
17 El Señor, por su parte, dispuso un enorme pez para que se tragara a Jonás, quien pasó tres días y tres noches en su vientre.