Lectura bíblica: Lamentaciones 3:19-27, NVI
La vida es dura. Por mucho que queramos evitar el dolor de la pérdida, los problemas de salud, la disfunción familiar y más, la realidad es que vivimos en un mundo caído y quebrantado. Y aunque hayamos puesto nuestra fe en Jesús como nuestro Salvador, no somos inmunes al dolor.
A veces, nos causamos dolor a nosotros mismos con nuestras propias acciones y elecciones, y terminamos por sufrir las consecuencias de nuestro pecado. Otras veces, sufrimos a causa de las malas decisiones de otros, y batallamos en la vida debido a algo que estaba fuera de nuestro control. Finalmente, también existe el dolor que sufrimos simplemente como un subproducto de vivir en un mundo caído durante nuestro tiempo en la tierra.
Si actualmente estás batallando con dolor y sufrimiento, tal vez puedas encontrar consuelo y fuerza en las descripciones que el profeta Jeremías hace de Dios en el libro de Lamentaciones.
Recordemos el contexto de este libro: debido al pecado de los israelitas, Dios había usado a Babilonia para traer juicio sobre la tierra. El dolor, la tristeza y la desesperación estaban por todas partes. Jerusalén yacía en ruinas desoladas.
Con esto en mente, Jeremías clamó a Dios y reveló algunas verdades sobre la naturaleza de Dios.
En primer lugar, cuando Dios trae juicio, Él sigue siendo fiel (Lamentaciones 3:19-20).
El pueblo de Dios había pecado y se negaba a arrepentirse. La justicia de Dios no permitiría que eso continuara. Dios es un juez justo: debe castigar el pecado. Por lo tanto, Dios envió a los babilonios a destruir Jerusalén, lo que trajo gran aflicción.
Hoy en día, vivimos en una cultura que celebra el pecado, en algunos casos, incluso dentro de la iglesia. Fingimos que el pecado no importa.
Sin embargo, nunca debemos pensar que podemos escapar del juicio de Dios. Puede parecer que nos salimos con la nuestra por un tiempo, pero Dios es fiel en cuanto a su juicio.
En segundo lugar, Dios es fiel en su misericordia (Lamentaciones 3:21-24).
En estos versículos, Jeremías se centra en tres de los atributos del Señor. Jeremías dice que Dios es fiel y lleno de compasión.
Dios es compasivo. En la Biblia, esta es la misma palabra que se usa para hacer referencia al vientre materno. Así como una madre muestra compasión por sus propios hijos, el Señor muestra compasión por sus hijos. Dios también es fiel. Esto quiere decir que es inmutable, como una roca. Pueden venir tormentas, pero la roca es firme, fuerte e inamovible.
Al concentrarse en los atributos del Señor, Jeremías respondió diciendo: «El Señor es mi herencia». Esta frase nos recuerda lo que la Biblia dice en Números 18:20, cuando el Señor le dijo a Aarón que no recibiría ninguna tierra como heredad porque el Señor sería su porción o su herencia.
Y ahora, mientras Jeremías contemplaba la destrucción de Jerusalén, no quedaba nada. Solo estaba el Señor, el Único que permanecía permanente en medio del cambio.
Por último, Dios es fiel en su bondad (Lamentaciones 3:25-27).
El Señor es bueno con quienes esperan en Él y confían en Él, reconociendo que los problemas del mundo no durarán para siempre y que nada puede pervertir o cambiar los designios de Dios. El Señor es bueno con los que se humillan ante Él, dándose cuenta de que es Él quien, en última instancia, controla nuestras vidas y nuestro destino.
Jeremías reconoció estas cosas, lo que le permitió ver el panorama más amplio de su sufrimiento presente. Esto le dio una esperanza llena de fe para seguir adelante.
Amigos míos, vivimos en un mundo en constante cambio y lleno de dolor. Muchos de ustedes probablemente están luchando con algo incluso en este preciso momento.
Mientras atraviesan el oscuro valle de la pena y el dolor, oro para que se tomen a pecho las palabras de Jeremías. Concéntrense en la visión completa del juicio, la misericordia y la bondad de Dios, reconociendo que Él tiene el control y es fiel. Aférrate a la promesa y encuentra paz al comprender esto: «El Señor es mi herencia».
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Lectura bíblica: Lamentaciones 3:19-27, NVI
19 Recuerda que estoy afligido y ando errante,
que estoy saturado de hiel y amargura.
20 Recuerdo esto bien
y por eso me deprimo.
21 Pero algo más me viene a la memoria,
lo cual me llena de esperanza:
22 Por el gran amor del Señor no hemos sido consumidos
y su compasión jamás se agota.
23 Cada mañana se renuevan sus bondades;
¡muy grande es su fidelidad!
24 Me digo a mí mismo:
«El Señor es mi herencia.
¡En él esperaré!».
25 Bueno es el Señor con quienes esperan en él,
con todos los que lo buscan.
26 Bueno es esperar calladamente
la salvación del Señor.
27 Bueno es que el hombre aprenda
a llevar el yugo desde su juventud.