Lectura bíblica: 2 Samuel 24:18-25, NVI
Hace muchos años, cuando era pastor de una iglesia en Carolina del Norte, emprendimos una campaña de recaudación de fondos. Es seguro decir que muy pocas personas realmente disfrutan de la recaudación de dinero, o de pedirle a la gente que done sus recursos. Aunque en ocasiones es necesario hacerlo, puede resultar incómodo.
Sin embargo, como una iglesia en crecimiento, sabíamos que, en oración, teníamos que pedirle a nuestros miembros que fueran sacrificiales y dieran por el bien del reino de Dios en nuestra comunidad.
Al comenzar este proceso, le pedí a los miembros que se prepararan primero orando, ayunando, leyendo y meditando en la Palabra de Dios. Luego compartí con ellos un mensaje de 2 Samuel 24:18-25 mientras considerábamos lo que significa sacrificar nuestros recursos por el reino de Dios.
En los versículos anteriores, David había pecado contra Dios al realizar un censo del pueblo y 70 000 personas murieron a causa de ese error.
Después, Dios le ordenó a David que fuera a la propiedad de Arauna (también llamado Ornán) y ofreciera un sacrificio al Señor. Cuando Arauna vio llegar a David, se postró ante él y ofreció darle todo lo necesario para el sacrificio: la tierra, los animales e incluso el yugo de madera de sus bueyes para el fuego.
Pero David se negó y dijo: «Eso no puede ser. No voy a ofrecer al Señor mi Dios holocaustos que nada me cuesten. Te lo compraré todo por su precio justo» (v. 24).
De este pasaje bíblico podemos aprender varias lecciones sobre el sacrificio.
En primer lugar, la obediencia es el fundamento del sacrificio. La obediencia es lo que Dios más desea de nosotros. El pecado de David, por el contrario, trajo el juicio de Dios. No nos engañemos pensando que dar borrará nuestra rebelión. Amós 5:22 dice claramente que Dios no aceptará el sacrificio si no se hace en obediencia.
Segundo, cuando hacemos un sacrificio, necesitamos fijar nuestros ojos en Dios. Los problemas de David empezaron cuando Él apartó sus ojos del Señor y comenzó a pensar en sí mismo. Este orgullo lo llevó a contar al pueblo, es decir, su fuerza y poder como rey.
Arauna, sin embargo, nos da un ejemplo de humildad. Él vio a David, lo reconoció y se inclinó en señal de sumisión, ofreciendo un regalo de gran valor. Cuando deseamos mostrar una actitud sacrificial, tenemos que centrar nuestros ojos en Jesús, nunca en nosotros mismos.
En tercer lugar, el sacrificio es para todos. Arauna, el humilde agricultor, estaba dispuesto a dárselo todo a David: la tierra, los bueyes y la madera de sus yuntas talladas a mano. En el otro extremo del espectro, el rey David compró la propiedad —y más tarde, toda la cima de la montaña— como lugar en el que ofrecería el sacrificio al Señor. Desde el rey hasta el agricultor, ambos estaban dispuestos a ser sacrificiales.
Finalmente, algo de lo más importante que aprendemos en esta lección es que el verdadero sacrificio siempre tendrá un costo. La ofrenda sacrificial de Arauna no fue un regalo pequeño. Habría sido muy costoso para él, pero se lo ofreció libremente al rey. Y David se dio cuenta de que si él tomaba esta donación de tal forma que a él no le costara algo, él no le estaría ofreciendo verdadera adoración a Dios. Por ese motivo, rechazó el regalo y decidió pagarle a Arauna el precio justo.
Un sacrificio que no cuesta nada no vale nada.
Es interesante observar que esta tierra se convertiría más tarde en el lugar donde se construiría el Templo de Salomón (2 Crónicas 3:1). Aunque David no construyó ni vio el Templo, él adquirió la tierra sobre la cual la siguiente generación construiría. Esta es una verdad importante que debemos recordar. Cuando hacemos un sacrificio por el Reino de Dios, estamos sentando las bases para que la próxima generación continúe adorando y creciendo en la fe, a la vez que les impartimos la importancia del principio del sacrificio.
Amigos míos, los animo a buscar áreas en las que puedan sacrificar su tiempo y recursos para la gloria de Dios. Las cosas de este mundo son temporales, pero el verdadero sacrificio es eterno. ¡Que honremos al Señor y sirvamos a Cristo, mientras dejamos un legado piadoso de obediencia a la próxima generación!
Lectura bíblica: 2 Samuel 24:18-25, NVI
18 Ese mismo día, Gad volvió adonde estaba David y le dijo: «Sube y construye un altar para el Señor en el lugar donde Arauna el jebuseo limpia el trigo».
19 David se puso en camino, tal como el Señor se lo había ordenado por medio de Gad.
20 Arauna se asomó y al ver que el rey y sus oficiales se acercaban, salió a recibirlo y rostro en tierra se postró delante de él.
21 —Mi señor y rey —dijo Arauna—, ¿a qué debo el honor de su visita? —Quiero comprarte el lugar donde limpias el trigo —respondió David— y construir un altar al Señor, a fin de que se detenga la plaga que está afligiendo al pueblo.
22 —Tome mi señor el rey lo que mejor le parezca y preséntelo como ofrenda. Aquí hay bueyes para el holocausto; hay también trillos y yuntas que puede usar como leña.
23 Todo esto se lo doy a usted. ¡Que el Señor su Dios vea a Su Majestad con agrado!
24 Pero el rey respondió a Arauna:
—Eso no puede ser. No voy a ofrecer al Señor mi Dios holocaustos que nada me cuesten. Te lo compraré todo por su precio justo.
Fue así como David compró el lugar donde se limpia el trigo y los bueyes por cincuenta siclos de plata.
25 Allí construyó un altar al Señor y ofreció holocaustos y sacrificios de comunión. Entonces el Señor tuvo piedad del país y se detuvo la plaga que estaba afligiendo a Israel.