Lectura Bíblica: 1 Samuel 1
Es probable que recuerdes haber leído los nombres de Elcaná y Ana en los primeros capítulos del Primer Libro de Samuel (1 Samuel). Sin embargo, si eres como la mayoría de las personas, es posible que te hayas apresurado a leer todas las demás cosas asombrosas que suceden en este increíble libro y no te hayas detenido a pensar en el enorme papel que estos dos héroes anónimos de la Biblia desempeñaron en el tejido espiritual de Israel.
Lo que más deseaba Ana era tener un hijo. Sin embargo, la Biblia dice que Dios cerró su vientre para que no pudiera concebir.
El capítulo uno de 1 Samuel relata con detalle el dolor que Ana sufrió por su situación. No solo era estéril, sino que la otra esposa de Elcaná se burlaba de ella y la atormentaba por su infertilidad.
Además, mientras clamaba a Dios en el templo, el sumo sacerdote Elí atacó verbalmente a Ana y la acusó de estar borracha.
Ana estaba en una situación difícil. Su corazón anhelaba desesperadamente tener un hijo. Mientras oraba en el templo, le dijo a Dios que si Él le daba un hijo varón, ella le cumpliría una promesa: «… yo te lo entregaré para toda su vida» (1 Samuel 1:11).
Dios escuchó su oración y, cuando llegó el momento adecuado tanto para Ana como para Israel, Dios permitió que Ana quedara embarazada y diera a luz a un niño al que llamó Samuel.
¡No podía ser mejor! Ana tuvo el hijo que siempre había deseado, y Elcaná se alegró de que su esposa, a la que amaba entrañablemente, por fin fuera feliz.
Por supuesto, en medio de toda esta alegría estaba el juramento que Ana había hecho a Dios. Tenía al niño en sus brazos, pero sabía que no era suyo. Ya había prometido que él serviría a Dios todos los días de su vida. Eso significaba que crecería en el templo.
Ahora bien, Elcaná, que no estaba allí cuando Ana le hizo el juramento a Dios, podría haberlo impedido. Según las costumbres de la época, como hombre y esposo, podría haber rechazado pasiva o activamente el juramento de Ana y quedarse con el niño.
Del mismo modo, Ana podría haber cambiado de opinión. Al fin y al cabo, ¿cuántos de nosotros hemos hecho una promesa a Dios en una situación desesperada solo para olvidarla más tarde?
Sin embargo, Ana y Elcaná no olvidaron ni negaron el juramento. Al contrario, cuando el niño fue destetado, lo entregaron a Dios como sacrificio vivo. Llevaron voluntariamente a su hijo al templo para servir a Dios.
Es fácil pasar por alto este detalle de la historia; sin embargo, es realmente difícil de asimilar, en especial para los padres. En primer lugar, este niño era su hijo, y la confusión emocional de renunciar a su propio hijo debe haber sido insoportablemente difícil.
En segundo lugar, Samuel no solo era su único hijo, sino también todo su mundo. Era todo lo que Ana quería, y ahora debía renunciar a él.
Por último, lo iban a llevar ante el sumo sacerdote Elí, el mismo hombre que acusó a Ana de estar borracha en el templo. De hecho, Elí ya tenía dos hijos que eran hombres malvados. No podía decirse que era «el padre del año» y, desde un punto de vista mundano, Ana y Elcaná tenían todo el derecho a preocuparse por el bienestar de su hijo.
A pesar de todo, Ana había hecho un juramento, Elcaná la apoyó, y una vez destetado, llevaron al niño Samuel al templo.
¿Cuál fue el resultado de este increíble sacrificio vivo de Ana y Elcaná?
Se nos dice que: «Mientras Samuel crecía, el Señor estuvo con él y cumplió todo lo que le había dicho. Y todo Israel, desde Dan hasta Berseba, se dio cuenta de que el Señor había confirmado a Samuel como su profeta» (1 Samuel 3:19-20).
Israel, que había estado en una condición de aridez espiritual durante años y no había escuchado la voz de Dios en largo tiempo (1 Samuel 3:1), de pronto revivió a la realidad del Señor cuando el joven Samuel se convirtió en un profeta realmente hablaba las palabras de Dios a toda la nación.
¿Qué podemos aprender de esto tú y yo? Esta historia nos confronta con una pareja que estuvo dispuesta a hacer un gran sacrificio vivo para que Israel pueda escuchar de nuevo la palabra del Señor; sin embargo, nosotros a menudo estamos demasiado ocupados o demasiado cómodos como para hacer el más simple esfuerzo por compartir a Cristo con nuestros amigos o vecinos.
Dios no te está llamando a que renuncies a tu hijo, pero sí a que cruces la calle y compartas con otros la esperanza que solo puede encontrarse en una relación con Jesús. Presta atención a ese llamado, sé un sacrificio vivo, ¡y observa cómo Él obra en ti y a través de ti!
Lectura bíblica: 1 Samuel 1
1 En la sierra de Efraín había un hombre zufita de Ramatayin. Su nombre era Elcaná hijo de Jeroán, hijo de Eliú, hijo de Tohu, hijo de Zuf, efraimita.
2 Elcaná tenía dos esposas. Una de ellas se llamaba Ana, y la otra, Penina. Esta tenía hijos, pero Ana no tenía ninguno.
3 Cada año Elcaná salía de su pueblo para adorar al Señor Todopoderoso y ofrecerle sacrificios en Siló, donde Ofni y Finés, los dos hijos de Elí, oficiaban como sacerdotes del Señor.
4 Cuando llegaba el día de ofrecer su sacrificio, Elcaná solía darles a Penina y a todos sus hijos e hijas la porción que les correspondía.
5 Pero a Ana le daba una porción especial, pues la amaba a pesar de que el Señor la había hecho estéril.
6 Penina, su rival, solía atormentarla para que se enojara, ya que el Señor la había hecho estéril.
7 Cada año, cuando iban a la casa del Señor, sucedía lo mismo: Penina la atormentaba, hasta que Ana se ponía a llorar y ni comer quería.
8 Entonces Elcaná, su esposo, le decía: «Ana, ¿por qué lloras? ¿Por qué no comes? ¿Por qué estás resentida? ¿Acaso no soy para ti mejor que diez hijos?»
9 Una vez, estando en Siló, Ana se levantó después de la comida. Y a la vista del sacerdote Elí, que estaba sentado en su silla junto a la puerta del santuario del Señor,
10 con gran angustia comenzó a orar al Señor y a llorar desconsoladamente.
11 Entonces hizo este voto: «Señor Todopoderoso, si te dignas mirar la desdicha de esta sierva tuya, y si en vez de olvidarme te acuerdas de mí y me concedes un hijo varón, yo te lo entregaré para toda su vida, y nunca se le cortará el cabello».
12 Como Ana estuvo orando largo rato ante el Señor, Elí se fijó en su boca.
13 Sus labios se movían, pero, debido a que Ana oraba en voz baja, no se podía oír su voz. Elí pensó que estaba borracha,
14 así que le dijo: —¿Hasta cuándo te va a durar la borrachera? ¡Deja ya el vino!
15 —No, mi señor; no he bebido ni vino ni cerveza. Soy solo una mujer angustiada que ha venido a desahogarse delante del Señor.
16 No me tome usted por una mala mujer. He pasado este tiempo orando debido a mi angustia y aflicción.
17 —Vete en paz —respondió Elí—. Que el Dios de Israel te conceda lo que le has pedido.
18 —Gracias. Ojalá favorezca usted siempre a esta sierva suya. Con esto, Ana se despidió y se fue a comer. Desde ese momento, su semblante cambió.
19 Al día siguiente madrugaron y, después de adorar al Señor, volvieron a su casa en Ramá. Luego Elcaná se unió a su esposa Ana, y el Señor se acordó de ella.
20 Ana concibió y, pasado un año, dio a luz un hijo y le puso por nombre Samuel, pues dijo: «Al Señor se lo pedí».
21 Cuando Elcaná volvió a salir con toda su familia para cumplir su promesa y ofrecer su sacrificio anual al Señor,
22 Ana no lo acompañó. —No iré hasta que el niño sea destetado —le explicó a su esposo—. Entonces lo llevaré para dedicarlo al Señor, y allí se quedará el resto de su vida.
23 —Bien, haz lo que te parezca mejor —respondió su esposo Elcaná—. Quédate hasta que lo destetes, con tal de que el Señor cumpla su palabra. Así pues, Ana se quedó en su casa y crió a su hijo hasta que lo destetó.
24 Cuando dejó de amamantarlo, salió con el niño, a pesar de ser tan pequeño, y lo llevó a la casa del Señor en Siló. También llevó un becerro de tres años, una medida de harina y un odre de vino.
25 Luego sacrificaron el becerro y presentaron el niño a Elí.
26 Dijo Ana: «Mi señor, tan cierto como que usted vive, le juro que yo soy la mujer que estuvo aquí a su lado orando al Señor.
27 Este es el niño que yo le pedí al Señor, y él me lo concedió.
28 Ahora yo, por mi parte, se lo entrego al Señor. Mientras el niño viva, estará dedicado a él». Entonces Elí se postró allí ante el Señor.