Una década y media antes de que el Día de los Caídos [Memorial Day] se convirtiera en una fiesta nacional de los Estados Unidos en 1971, Billy Graham se encontraba en Boston para pronunciar un discurso conmemorativo ante los Veteranos de Guerras Extranjeras. Era el año 1955 y acababa de visitar muchas instalaciones militares estadounidenses en Europa.
En este Día de los Caídos, reproducimos un fragmento de su memorable mensaje, mientras recordamos con gratitud los sacrificios de tantos por esta nación.
En todo el lenguaje estadounidense, no hay palabra más entrañable que buddy, que significa «amigo» o «colega». Es cálida, con entonaciones de amistad, hermandad y propósito común. Nos hemos reunido hoy para rendir homenaje a aquellos, nuestros colegas y amigos, que derramaron toda su devoción sobre el altar de la libertad.
Miles de los aquí reunidos podrían contar historias dramáticas de heroísmo que ustedes mismos han visto a sus compañeros representar en el sombrío escenario del teatro de la guerra. Han abandonado este reino del tiempo y del espacio, nos han superado en las carreras de la vida, pero el sagrado recuerdo de su abnegación y de la libertad por la que murieron vivirá para siempre.
Hace tres semanas, tuve el privilegio de pasar una tarde con el presidente (Dwight D.) Eisenhower en Gettysburg. Me llevó personalmente a recorrer el campo de batalla de Gettysburg, y me explicó la estrategia utilizada tanto por las fuerzas confederadas como por las de la Unión. Mis dos abuelos lucharon en Gettysburg. Este famoso campo de batalla, y cientos de otros similares, se han convertido en suelo sagrado, donde miles de estadounidenses murieron para preservar la libertad, impedir la agresión o mantener intacta la unión de los Estados Unidos.
Hace unos meses, cuando el presidente Eisenhower recorría el campo de batalla de Valley Forge y le llevaban de un lugar histórico a otro, hizo la siguiente declaración al concluir la visita: «Aquí es donde lo consiguieron para nosotros».
¿Qué quería decir? Quería decir que aquellos hombres, y miles de otros en todas las guerras que ha librado esta nación, compraron con su sangre las libertades de las que hoy disfrutamos en «la tierra de los libres y el hogar de los valientes» [citando el Himno Nacional de los Estados Unidos]. Esa declaración lacónica de labios de nuestro presidente ha resonado en mis oídos durante muchos meses. […]
Estos campos de batalla del mundo hoy son santos y sagrados para todos los estadounidenses, y nos detenemos para rendirles nuestros más altos honores, comprendiendo humildemente la sagrada confianza que éstos, nuestros caídos en la guerra, nos han entregado.
Estuve junto a la cama de un muchacho en Corea cuya columna vertebral había sido destrozada por la explosión de un proyectil la noche anterior, pero que por algún milagro seguía vivo. Era incapaz de cambiar de posición y, si lograba sobrevivir, me informó el médico que el resto de sus días los pasaría acostado boca abajo. Los médicos del ejército lo habían curado lo mejor que habían podido. Le cogí la mano fría y sudorosa, y le ofrecí algunas palabras de consuelo. Entonces, hizo una declaración que nunca olvidaré. Dijo: «¡Ha merecido la pena si esto sirve para que América siga siendo libre!».
¡Eso es lo que significa «conseguirlo para nosotros»! Cuando pensamos en la abnegación y el heroísmo de semejantes compañeros, recordamos las palabras de Jesucristo, que dijo: «Nadie tiene mayor amor que aquel que da la vida por sus amigos».
Las libertades de las que disfrutamos, las libertades que tanto damos por sentadas, las libertades con las que tan a menudo jugamos, no se compraron con el oro de nuestros millonarios, ni con el genio de nuestros científicos, ni con los sacrificios de la gente en casa, sino principalmente con la sangre, el sudor y la agonía de aquellos cuyos nombres honramos en este día: ¡aquellos que murieron para que nosotros pudiéramos vivir!
Descubrieron, como han hecho los hombres valientes de todas las épocas, que hay principios por los que merece la pena morir. Su noble y desinteresado sacrificio es un silencioso y elocuente reproche al egocentrismo de esta generación. Que los que quieren «paz a cualquier precio» recuerden este día que miles de personas han muerto por el honor y la libertad, y que lo que tenemos hoy ha llegado al precio de sangre derramada. […]
Mientras permanecía en la sala del hospital del barco danés Jutlandia en aguas coreanas junto a un muchacho estadounidense de apenas 20 años y observaba impotente cómo se desvanecía esa joven vida, pensé: ¿Qué derecho tienen miles de americanos ávidos de placer a seguir viviendo cuando este muchacho en la flor temprana de la juventud tiene que morir? Y en ese momento, caí en la cuenta de que si él tuvo que morir por Estados Unidos, algunos de nosotros debemos vivir por Estados Unidos. A veces es mucho más difícil vivir que morir. Nos han entregado una antorcha, y tenemos la responsabilidad de velar por garantizar que no hayan muerto en vano.
Aunque los sacrificios de nuestros caídos en la guerra han sido grandes, el mayor sacrificio de todos los tiempos lo hizo un Hombre en una cruz, que murió no solo física sino espiritualmente para que los hombres pudieran vivir. Lo hemos descuidado durante demasiado tiempo. Hemos rechazado su plan de paz y, como resultado, ¡hemos luchado, sangrado y muerto durante siglos! Desafío al mundo en esta hora a que acepte el programa de regeneración del corazón de Cristo, que tiene el poder de transformar la sociedad en la que vivimos. Entonces podremos conocer el significado de la paz auténtica en nuestro tiempo. […]
Sí, las campanas de la libertad suenan hoy en Estados Unidos porque estos hombres a los que honramos hoy dieron un paso al frente por nosotros. El recuerdo sagrado de su sacrificio vivirá siempre en nuestros corazones, y tenemos una confianza sagrada y santa, ¡y no podemos fallarles!
Mi mente se remonta dos mil años atrás a otra batalla que se libró en una colina llamada Calvario. Fue la batalla de un joven contra todas las fuerzas del mal. Parecía una lucha inútil y sin esperanza, pues Jesucristo se enfrentó desprovisto de ayuda a la fuerza de Satanás. Los abucheos de la chusma, los escupitajos de los soldados y las burlas de la gente eran incidentales comparados con la lucha interior que estaba teniendo lugar en su alma. Pero lo observo, extrañado, mientras tiene una mano tendida hacia Dios y la otra hacia el hombre rebelde, y Él hace la conexión y dice: «Consumado es». ¡Lo logró por nosotros!
Si hemos de ser fuertes espiritualmente, será a través de Él. Miles de personas están encontrando hoy un nuevo y fresco sentido de la vida a través de Él. Están aprendiendo a decir con confianza: «Todo lo puedo en Cristo que me fortalece». La mejor forma de mantener la fe en los que nos han precedido es mantener la fe en nosotros mismos, en nuestros ideales más elevados y en Dios.