El perdón: libertad para seguir adelante

La palabra perdón suele estar cargada de muchas emociones. Finalmente, está en el centro de todas nuestras relaciones: con Dios, con los demás y con nosotros mismos.

El perdón de Dios

Cuando hemos caído en pecado, puede ser difícil entender por qué o cómo Dios podría perdonarnos. Pero la Biblia nos asegura que si estamos dispuestos a poner nuestra fe en Jesucristo y rendir nuestras vidas a Él, Dios está dispuesto a perdonar todos nuestros pecados. En 1 Juan 1:9 leemos: «Si confesamos nuestros pecados, Dios, que es fiel y justo, nos los perdonará y nos limpiará de toda maldad» (NVI).

Billy Graham dijo una vez: «El perdón de Dios no es una declaración casual; es la desaparición total de toda la suciedad y degradación de nuestro pasado, presente y futuro. La única razón por la que nuestros pecados pueden ser perdonados es que, en la cruz, Jesucristo pagó toda la pena que merecían. Solo cuando nos postramos al pie de la cruz, en contrición, confesión y arrepentimiento, podemos encontrar el perdón».

¿Qué debemos hacer para recibir el perdón de Dios?

Los siguientes elementos son fundamentales para saber que verdaderamente hemos recibido el perdón de Dios.

Arrepentimiento. Esto significa reconocer lo que hemos hecho y apartarnos de nuestro pecado. Cuando el rey David pecó, confesó su pecado en arrepentimiento delante de Dios de esta manera: «Yo reconozco mis transgresiones; siempre tengo presente mi pecado. Contra ti he pecado, solo contra ti, y he hecho lo que es malo ante tus ojos; por eso, tu sentencia es justa y tu juicio, irreprochable» (Salmo 51:3-4).

Perdón. Tú puedes llevar tu pecado a los pies de Cristo y pedirle perdón. «Por amor a tu nombre, Señor, perdona mi gran iniquidad» (Salmo 25:11).

Remisión. Recibir el perdón por remisión implica que la deuda de una persona ha sido cubierta por otra persona. En nuestro caso, la pena por nuestros pecados fue pagada por Jesús. «Porque esto es mi sangre del nuevo pacto, que por muchos es derramada para remisión de los pecados» (Mateo 26:28, RVR1960).

Purificación. La esencia misma del perdón divino es su perdón nos purifica totalmente de la mancha de nuestros pecados. «Purifícame con hisopo y quedaré limpio; lávame y quedaré más blanco que la nieve… Aparta tu rostro de mis pecados y borra toda mi maldad. Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio y renueva un espíritu firme dentro de mí» (Salmo 51:7,9-10).

Reconciliación. Cuando Dios perdona, es posible que sigamos sufriendo las consecuencias de nuestro pecado. Pero a través del perdón, Jesús crea un puente que nos une de nuevo con el Dios santo, y podemos disfrutar del amor, la aceptación y la amistad de Dios. Dios siempre está «reconciliando al mundo consigo mismo, no tomándole en cuenta sus pecados» (2 Corintios 5:19).

Perdónate a ti mismo

Es posible que estés lidiando con sentimientos de culpa y miedo a causa de algo que hiciste en el pasado. Ser esclavo de tu pasado te impide experimentar la libertad en el presente. No obstante, Dios desea que experimentes la vida abundante que Él ofrece (ver Juan 10:10).

El secreto para perdonarte a ti mismo se encuentra en aceptar primero el perdón de Dios. Si has puesto tu confianza en Cristo, cuando te sientas tentado a mirar a tus pecados pasados y condenarte a ti mismo, recuerda que esto es lo que Dios ha dicho acerca de ti: «Perdonaré su iniquidad y nunca más me acordaré de sus pecados» (Jeremías 31:34).

Perdonar a los demás

Colosenses 3:13 dice: «… de modo que se toleren unos a otros y se perdonen si alguno tiene queja contra otro. Así como el Señor los perdonó, perdonen también ustedes».

A veces, puede que no «sintamos» deseos de perdonar a quienes nos hieren; sin embargo, perdonar es una elección, no un sentimiento. Dios está afligido y enojado a causa de nuestros pecados (ver Salmo 7:11), sin embargo, Él elige perdonarnos. Nosotros debemos hacer lo mismo con los demás. Mateo 6:14-15 dice: «Porque si perdonan a otros sus ofensas, también los perdonará a ustedes su Padre celestial. Pero si no perdonan a otros sus ofensas, tampoco su Padre perdonará a ustedes las suyas».

Cuando decides perdonar a quienes te han ofendido, no estás diciendo que lo que hicieron estuvo bien; ni tampoco estás excusando su pecado. En lugar de eso, entregas a esas personas y sus ofensas delante de Dios, y dejas que Él se ocupe de todo ello. 

El peligro de no perdonar

Si la elección de perdonar parece demasiado dolorosa, considera que la alternativa (no perdonar) finalmente te traerá infinitamente más dolor. La falta de perdón crea una barrera en tus relaciones con los demás y con Dios. Además, puede provocar depresión, ansiedad, agotamiento, amargura, así como incluso problemas físicos y de salud.

Dios nos ordena perdonar a los demás porque Él ya nos ha perdonado a nosotros, y Él nos ama. Él quiere que experimentes la inmensa libertad y gozo que vienen de perdonar, en lugar del dolor y la amargura que trae la falta de perdón.

Seguir adelante

  • Si nunca le has pedido a Dios que te perdone de tus pecados y nunca le has rendido tu vida a Jesucristo, hazlo ahora. Si ya le has entregado tu vida a Jesucristo, haz que tu relación con Él sea primordial en tu vida (ver Mateo 6:33).
  • Examina tu corazón para ver de qué manera le has hecho daño a otros, y luego acércate a ellos buscando su perdón. (ver Salmo 139:23-24).
  • Toma la decisión de perdonar a los que te han hecho daño. Si sientes que no puedes perdonar, pídele a Dios que te de la fuerza y la voluntad para hacerlo.
  • Deja atrás las cosas que te han hecho daño.
  • Dedica tiempo todos los días a leer la Palabra de Dios y a hablar con Él en oración. Esto será de gran ayuda para tu crecimiento espiritual.
  • Involúcrate en una iglesia que gire en torno a Jesucristo y en la que se predique la Biblia. Encuentra un grupo pequeño donde puedas reunirte regularmente para estudiar la Biblia, orar y tener compañerismo con otros creyentes.

Escrituras

«Soy yo, solo yo, el que por amor a mí mismo borra tus transgresiones y no se acuerda más de tus pecados».

Isaías 43:25

«Dichoso aquel a quien se le perdonan sus transgresiones, cuyos pecados son cubiertos. Dichoso aquel cuyo pecado el Señor no le toma en cuenta, y en cuyo espíritu no hay engaño… Pero te confesé mi pecado y no te oculté mi maldad. Me dije: “Voy a confesar mis transgresiones al Señor”. Y tú perdonaste la culpa de mi pecado».

Salmo 32:1-2,5

«“Padre”, dijo Jesús, “perdónalos, porque no saben lo que hacen”».

Lucas 23:34