El corazón del mensaje bíblico son las Buenas Nuevas de la salvación de Dios, que recibimos solo por gracia a través de la fe en el Señor Jesucristo resucitado y su muerte expiatoria en la cruz por nuestros pecados.
La salvación es siempre «Buenas Nuevas». Es la noticia del amor y el perdón de Dios. Es la noticia de que somos adoptados en su familia, que tenemos comunión con su pueblo y que hemos sido liberados del poder del pecado. Cuando recibimos la salvación, recibimos el plan y la dirección de Dios para nuestras vidas.
Cuando hemos recibido la salvación, tenemos el privilegio de servirle, lo que da sentido incluso a las tareas más insignificantes. También tenemos la expectativa del regreso de Cristo, la esperanza de que veremos la respuesta a su oración: «Venga tu reino. Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo» (Mateo 6:10, NVI).
Nada puede compararse con todo lo que es nuestro en Cristo cuando «nacemos de nuevo» (Juan 3). La gloria suprema de la salvación se nos promete cuando entremos en la presencia del Rey (1 Corintios 2:9-10). Tenemos un hogar en el Cielo reservado para nosotros y premios que nos esperan (Juan 14:1-3; 1 Pedro 1:3-5). No es de extrañar que el Evangelio sea llamado «Buenas Nuevas».
Lamentablemente, muchas personas han distorsionado el significado de la salvación bíblica, diciendo que solo significa liberación política, social y económica en esta vida. La salvación bíblica es mucho más profunda, porque va a la raíz del problema del hombre: el problema del pecado.
Solo Cristo puede cambiar el corazón humano y sustituir la codicia y el odio por la compasión y el amor.
¿Cuál es el «corazón del mensaje bíblico»? ¿Qué debemos proclamar para que la gente comprenda el plan de salvación de Dios?
En primer lugar, debemos subrayar que todos somos pecadores y estamos bajo el juicio de Dios. «Pues todos han pecado y están privados de la gloria de Dios» (Romanos 3:23). Una persona puede creer que es lo suficientemente buena como para ganarse el favor de Dios. Pero la Biblia afirma que todos estamos condenados, porque «no hay justo, ni aun uno» (Romanos 3:10). Además, el pecado tiene consecuencias, tanto en esta vida como en la eternidad. «¿Cómo escaparemos nosotros si descuidamos una salvación tan grande?» (Hebreos 2:3). Como dijo John Wesley: «Debo predicar la ley antes de poder predicar la gracia». Las personas deben ser conscientes de que han quebrantado la ley de Dios antes de que puedan darse cuenta de que necesitan el perdón de Dios.
Segundo, necesitamos enfatizar lo que Cristo ha hecho para hacer posible nuestra salvación. Dios nos ama, y Cristo vino para hacer posible el perdón y la salvación. ¿Qué hizo Cristo? Murió en la cruz como sacrificio completo por nuestros pecados. Tomó sobre sí el juicio que merecíamos (1 Corintios 1:21-25; 2:1-5; 15:1-4, 1 Pedro 2:24). El mensaje de la cruz debe ser central en nuestra predicación.
Tercero, necesitamos enfatizar lo que una persona debe hacer en respuesta a la obra de Dios en Cristo. Dios en su gracia nos ofrece el regalo de la vida eterna, pero como cualquier regalo, se convierte en nuestro solo cuando extendemos la mano y lo tomamos. Debemos arrepentirnos de nuestros pecados. La palabra arrepentimiento (metanoia, en griego) significa un cambio de mentalidad y conlleva las ideas de la confesión, el castigo, dar un giro y ser transformados. El Nuevo Diccionario Bíblico lo define como «una transformación radical de pensamiento, actitud, perspectiva y dirección».
Cuarto, debemos enfatizar el costo de venir a Cristo y seguir a Cristo. Jesús constantemente llamó a aquellos que quisieran seguirlo a considerar el costo. El arrepentimiento tiene un costo. Una persona debe determinar dejar sus pecados personales atrás y volverse de ellos, y algunas personas pueden no estar dispuestas a hacerlo. Pero también puede haber otros costos cuando una persona decide seguir a Cristo.
El último costo del verdadero discipulado es el costo de renunciar al yo: la voluntad propia, los planes propios, las motivaciones propias.
En el Nuevo Testamento se llama repetidamente a las personas a volverse a Jesús, no solo como Salvador, sino como Señor (Romanos 10:9-10; 14:9). No obtenemos la salvación por nuestras buenas obras; sin embargo, Dios nos llama a seguir a Cristo con confianza y obediencia (Romanos 1:1-5; 6:17).
La salvación que proclamamos, en el Nombre de Cristo, está íntimamente ligada a la cruz. El Hombre que colgó allí entre dos ladrones estaba libre de pecado. El nacimiento virginal de Cristo, por la intervención milagrosa del Espíritu Santo (Mateo 1:20), significó que no heredó una naturaleza humana pecaminosa. Tampoco cometió pecado alguno durante su vida (1 Pedro 2:21-22; 2 Corintios 5:20-21; Hebreos 4:15). María dio a luz al único niño perfecto. Él era el único Hombre perfecto. Como tal, era el único calificado para efectuar el plan de salvación de Dios para la humanidad.
¿Por qué fue la cruz del Calvario tan especial, tan diferente de los cientos de otras cruces usadas para las ejecuciones romanas? Porque en esa cruz Jesús sufrió el castigo por el pecado que todos merecemos. Él fue nuestro sustituto. Sufrió el juicio y la condena de muerte que nuestra naturaleza pecaminosa y nuestras acciones merecían. «Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él» (2 Corintios 5:21).
Estas son las Buenas Nuevas que predicamos.