A diario me llegan recuerdos e historias de las muchas maneras en que Dios decidió usar a mi abuelo para alcanzar a gente de todo el mundo en el transcurso de muchas décadas. En casi todos los lugares a los que voy, la gente se detiene para contarme cómo familias y generaciones enteras fueron impactadas por su ministerio. Para mí, es una lección de humildad.
Lo que mucha gente no sabe es que todo eso estuvo muy cerca de no suceder. Todo lo que conocemos del ministerio de Billy Graham desde finales de la década de 1940: los eventos masivos en estadios, las películas evangelísticas, los programas de radio, el asesoramiento a reyes y presidentes, todo dependió de un momento singular de la historia que tuvo lugar en un centro de retiros de California llamado Forest Home.
En 2014 visité Forest Home porque quería obtener una nueva perspectiva de la historia de mi abuelo. Por ello, me pareció el momento adecuado para compartir la historia del joven evangelista Billy Graham cuando se encontraba desanimado y buscaba respuestas y dirección para su vida, inseguro del plan de Dios para él.
A mediados del siglo XX, ya había sido evangelista con Juventud para Cristo y había predicado por toda Europa tras la Segunda Guerra Mundial. Había realizado sus primeras «Cruzadas Billy Graham» en lugares como Charlotte, N.C., y Grand Rapids, Mich. También era el presidente del Northwestern College en St. Paul, Minnesota, siendo en su momento el presidente universitario más joven del país.
Sin embargo, no todo había salido como él había planeado. Su Cruzada en Altoona, Pensilvania, había sido, en sus propias palabras, «un fracaso». Fue una situación espiritualmente difícil y sintió que las cosas habían salido mal, y ese fracaso lo llevó a cuestionarse si debía seguir buscando una carrera como evangelista.
Al mismo tiempo, un muy buen amigo y contemporáneo de mi abuelo, un hombre llamado Charles Templeton, había comenzado a desafiar la forma de pensar de mi abuelo. El Sr. Templeton, quien también había predicado con Juventud para Cristo, había ido a estudiar a Princeton, donde empezó a creer que la Biblia tenía errores y que la academia —no Jesús— tenía las respuestas a los problemas de la vida. Intentó convencer a mi abuelo de que su forma de pensar era anticuada y de que no se puede confiar en la Biblia.
Mi abuelo terminó confundido y con más preguntas que respuestas.
Siendo un joven que apenas pasaba los 30 años de edad, todas estas cosas daban vueltas por su mente cuando viajó a California en 1949. ¿Debía invertir su tiempo plenamente en la universidad? El sabía que esto significaría buscar más educación para sí mismo. En aquel momento, la universidad Northwestern no estaba acreditada y, para conseguir la acreditación, él, siendo el presidente, tendría que obtener un título superior, lo que exigiría dejar de predicar durante varios años.
¿Debía dejar la escuela y seguir la vocación de evangelista, a pesar de que la Cruzada de Altoona había salido tan mal?
¿Verdaderamente creía en la Biblia que predicaba, o debía seguir a Templeton y poner en duda su validez?
Fue entonces cuando mi desanimado abuelo aceptó a regañadientes la invitación de Henrietta Mears para visitar y hablar en un centro de retiro cristiano llamado Forest Home. Mears era una mujer muy conocida y piadosa, quien había trabajado en la Primera Iglesia Bautista de Minneapolis para el pastor Riley, predecesor de mi abuelo en la Universidad Northwestern. Con el paso del tiempo ella tuvo una gran repercusión en Hollywood, California, ya que fue directora de Educación Cristiana en la Primera Iglesia Presbiteriana de Hollywood. Se sintió apenada por haberlo invitado a dar una charla ahí puesto que él no era de la misma denominación del campo de retiro, pero Dios tenía un plan en todo esto.
Cuando visité Forest Home, me conmovió mucho recorrer los caminos por los que mi abuelo caminó mientras luchaba con el Señor, y donde finalmente tuvo la experiencia que cambiaría el curso de su ministerio y la eternidad de millones de personas.
El día que lo cambió todo
Durante el tiempo que pasó en Forest Home, Billy Graham pasó mucho tiempo estudiando la Biblia, y seguía encontrando la misma frase. «Así dice el Señor… Así dice el Señor…». Aunque mi abuelo siempre había aceptado en su mente la autoridad de las Escrituras, esto se convirtió en el punto de inflexión que cambiaría su historia, puesto que se dió cuenta en su corazón de que ¡la Palabra de Dios es divinamente inspirada, eterna y poderosa!
Una noche en Forest Home, salió al bosque y puso su Biblia sobre el tocón de un árbol —que simula más un altar que un púlpito— y gritó: «¡Dios! Hay muchas cosas en este libro que no entiendo. Hay muchos problemas en él para los que no tengo solución. Hay muchas contradicciones aparentes. Hay algunas áreas en él que no parecen coincidir con la ciencia moderna. No puedo responder a algunas de las cuestiones filosóficas y psicológicas que Chuck (Templeton) y otros plantean».
Y entonces, mi abuelo cayó de rodillas y el Espíritu Santo se movió sobre él mientras decía: «¡Padre, voy a aceptar esto como tu Palabra, por fe! Voy a permitir que la fe vaya más allá de mis preguntas y dudas intelectuales, y voy a creer que esta es tu Palabra inspirada».*
Mi abuelo escribió en su autobiografía que, cuando se levantó, las lágrimas corrían por su rostro, pero sintió el poder y la presencia de Dios como no los había sentido en meses. «Había cruzado un puente importante», dijo.
El cambio que resultó de esa experiencia no pasó desapercibido. Al día siguiente, mi abuelo predicó en Forest Home y 400 personas decidieron comprometerse con Cristo. Henrietta Mears comentó que «predicó con una autoridad» que no había visto antes en él.
Todo esto sucedió en agosto de 1949 y, tan solo unas semanas después, Billy Graham celebró la histórica Cruzada de Los Ángeles de 1949 en la carpa levantada en la esquina de las calles Washington y Hill. Aquella cruzada estaba programada para durar tres semanas, sin embargo, acabó durando ocho, ya que la gente seguía llenando la «catedral de lona», y fue así que los medios de comunicación de todo el país empezaron a hablar del evangelista naciente.
Gracias a ese momento en el que mi abuelo se arrodilló al pie de un tocón en Forest Home, yo pude escuchar —y sigo escuchando— historias de vidas cambiadas gracias al ministerio de mi abuelo. Gracias a ese momento, mi padre y yo recibimos invitaciones de todas partes del mundo para ir y compartir la mismo mensaje que mi abuelo predicó en Los Ángeles y en cientos de otros lugares cercanos y lejanos, y ese mensaje es que la verdad esperanza que solo se puede encontrar en Jesucristo.
Ese momento no sólo cambió el ministerio de Billy Graham. Impactó la eternidad.
*Just As I Am [Tal como soy], Billy Graham, 1997.