Nací en lo que muchos llamarían una familia ministerial. Sin embargo, no era cualquier familia ministerial. Mi padre es Greg Laurie, un pastor y evangelista que ha predicado el Evangelio a personas de todo el mundo durante más de 50 años. Al crecer, no solo oí hablar de Jesús en la iglesia, sino que lo vi en la vida de mis padres todos los días.
Desde muy temprana edad, me sumergí en la vida de la iglesia (servicios, reuniones de personal, campamentos, grupos pequeños), pero lo que más me marcó fue la autenticidad que vi. Mis padres y sus amigos no eran perfectos, pero sí eran genuinos. Amaban al Señor, el ministerio, sus amigos y sus familias.
Pasé tiempo con personas cuyos nombres muchos cristianos reconocerían al instante: Billy Graham y Ruth Graham, el tío Franklin, Skip Heitzeg, Chuck Smith. Compartí comidas con ellos y me hice amigo de sus hijos. Estuve detrás del telón en grandes conferencias y eventos. Pude presenciar cómo actuaban los líderes cuando no había cámaras, y puedo decir con confianza: vivían la vida que predicaban.
Pero nada de eso me impidió alejarme. Cuando era adolescente, no quería ser «el hijo de Greg Laurie». Quería ser yo mismo. Los maestros y los miembros de la iglesia a veces me decían: «Esperamos más de ti», debido al renombre de mi papá.
Toda esta presión no me ayudó a acercarme a Cristo, sino que me llevó más bien hacia la rebelión. Cuando tenía 16 años, di un giro radical y decidí sumergirme en todo lo que el mundo tenía para ofrecerme.
Un amigo me introdujo en la marihuana y, en apenas seis meses, ya la consumía entre tres y cinco veces al día. Tomaba alcohol con regularidad, fumaba cigarrillos y salía de fiesta siempre que podía. Mientras tanto, vivía en casa y seguía asistiendo a la iglesia. Me convertí en un experto en la doble vida: limpio por fuera, deshecho por dentro.
Me sentía miserable. Tenía dentro de mí demasiado de la iglesia para ser feliz en el mundo, y demasiado del mundo para ser feliz en la iglesia. Adicto a las drogas, intenté dejarlo más veces de las que puedo contar. Una vez tiré las drogas por la ventana de mi coche solo para salir a buscarlas a la mañana siguiente. Sentía vergüenza cuando estaba con mis amigos cristianos y solo fingía cuando estaba con mis amigos mundanos. Y al intentar esconderme de todos simplemente me hundí más y más en la depresión
Había una persona con la que podía ser sincero: mi hermano mayor, Christopher. Él había pasado por su propia etapa de rebeldía, pero gracias a Dios la había superado. Para entonces, Christopher había rendido su vida a Jesús y caminaba de su mano; estaba casado y criaba una joven familia. Me hablaba abiertamente de lo vacío que era el estilo de vida de las fiestas y me animaba a buscar amigos cristianos y a tomarme en serio mi fe. Me recordaba los muchos llamados de atención que Dios me había dado, como cuando, siendo adolescente, me arrestaron por posesión de drogas.
Un día, me miró como solo un hermano mayor puede hacerlo y me hizo una pregunta que se me ha quedado grabada desde entonces. Me preguntó: «¿Qué será necesario para que rindas tu vida a Cristo?».
No supe qué responder. Solo me encogí de hombros. Sin embargo, su pregunta me persiguió y, una semana después, encontré la respuesta.
El 24 de julio de 2008, Christopher murió en un trágico accidente automovilístico cuando se dirigía a trabajar a nuestra iglesia. Dejó atrás a su esposa embarazada y a una hija que estaba por cumplir dos años. Christopher era la única persona con la que era parcialmente sincero. Él conocía mi verdadero yo y aún así me quería. Cuando me enteré de la noticia, sentí que todo mi mundo se derrumbaba.
Pero en medio del shock y el dolor, su pregunta resonaba en mi mente: «¿Qué será necesario?».
Fui directamente a mi habitación, reuní todas mis drogas, alcohol y pornografía en una bolsa de papel, la dejé a los pies de mi cama y me arrodillé. Oré: «Dios, he demostrado que no puedo dejar esto por mí mismo.
Necesito que no solo me quites la adicción, sino también el deseo.
El Salmo 119:9 se convirtió en mi ancla: «¿Cómo puede el joven mantener limpio su camino? Viviendo conforme a tu palabra» (NVI).
Han pasado 17 años desde que Dios me liberó y me dio un nuevo corazón.
Le pedí a Jesús que me perdonara y cambiara mi corazón, y Él lo hizo. A partir de ese momento, todo cambió.
Hoy soy el pastor ejecutivo de la iglesia que mi padre fundó hace más de 50 años, trabajo estrechamente con él y compartimos el púlpito. Poco después de la partida de Christopher al cielo, volví a conectar con Brittni, una chica que me gustaba desde séptimo grado, y llevamos casados 15 años. Juntos tenemos tres hijos maravillosos, Rylie, Alexandra y Christopher, llamado así en honor a su tío.
No entregué mi vida a Cristo porque era lo que todos esperaban de mí. Lo hice porque necesitaba esperanza. Quería la esperanza del cielo. Quería volver a ver a Christopher. Quería ver a Jesús cara a cara.
Hoy tengo esa esperanza, y si tú no la tienes, te haría la misma pregunta que me hizo mi hermano hace más de 17 años: ¿Qué será necesario? ¡Entrega tu vida a Cristo hoy y ve lo que Él hará!
Este artículo fue publicado originalmente en inglés en la revista Decision.