El mundo no parece ser un lugar muy pacífico en este momento.
Estamos viendo guerras en múltiples frentes, con conflictos en curso en Ucrania e Israel. Estamos saliendo de una polémica temporada de elecciones políticas. Y gran parte del sureste de Estados Unidos, incluida mi ciudad natal, Asheville, Carolina del Norte, sigue sufriendo tras la muerte y la destrucción provocadas por el huracán Helene.
En un plano más personal, muchos se enfrentan a dificultades en sus hogares: divorcios, problemas familiares, enfermedades y dificultades económicas.
La paz es siempre difícil de alcanzar, pero este año parece especialmente caótico.
En medio de esta oscuridad, volvemos nuestros ojos a la Navidad. Durante esta bendita época, celebramos el nacimiento de Jesús, el «Príncipe de Paz» (Isaías 9: 6). Él vino a traernos la paz que solo Él puede proporcionarnos, no solo para hoy, sino para toda la eternidad.
Juan 14:27 nos da una idea de lo que Cristo ofrece: «La paz les dejo; mi paz les doy. Yo no se la doy a ustedes como la da el mundo. No se angustien ni se acobarden» (NVI).
¿Qué podemos aprender de este pasaje?
‘La paz les dejo; mi paz les doy’
La verdadera paz en la vida es extraordinariamente rara. ¿Por qué?
Porque el mundo no puede producirla. No se puede comprar ni ganar. No hay ninguna fábrica que cree paz. La palabra clave es dar. La verdadera paz solo se puede recibir como un regalo, y ese regalo viene de Jesús, sin condiciones.
‘Yo no se la doy a ustedes como la da el mundo’
El mundo trata de obtener la paz a través del dinero, el poder, la popularidad, la filantropía, o a través de vicios como el alcohol, las drogas o el sexo. Sin embargo, ninguna de estas cosas traerá consuelo duradero, sino solo una respuesta temporal e insatisfactoria.
‘No se angustien ni se acobarden’
Vivimos en una época oscura, y es fácil inquietarse y tener miedo. Nos preocupamos por cosas que no podemos controlar y nos sumimos en la desesperanza del mundo.
Pero los que invocamos a Jesús como Salvador, los que hemos recibido la paz verdadera y duradera que Él nos da, no tenemos que preocuparnos por nada. Conocemos a Aquel que tiene el control, y podemos poner nuestras preocupaciones a sus pies.
La fuente de la paz
El «Príncipe de Paz» vino a la tierra con un propósito. Tú y yo somos pecadores. Hemos quebrantado las leyes de Dios y nos hemos rebelado contra Él. La Biblia dice: «Pues todos han pecado y están privados de la gloria de Dios» (Romanos 3:23). El castigo por nuestro pecado es severo. Romanos 6:23 dice: «La paga del pecado es muerte». Medita en ello: es un precio que no podemos pagar.
Sabiendo esto, Dios envió a su Hijo, Jesús, para que viviera una vida perfecta, llevara nuestros pecados a la cruz, pagara nuestra pena y conquistara la muerte y el sepulcro. Su sacrificio allanó el camino para que tuviéramos paz. «En consecuencia, ya que hemos sido justificados mediante la fe, tenemos paz con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo» (Romanos 5:1).
¿Cómo puedes recibir el regalo de Jesús y la paz que Él nos da? Es muy sencillo. 1 Juan 1:9 dice: «Si confesamos nuestros pecados, Dios, que es fiel y justo, nos los perdonará y nos limpiará de toda maldad». Y Romanos 10:9 dice: «Si confiesas con tu boca que Jesús es el Señor y crees en tu corazón que Dios lo levantó de entre los muertos, serás salvo».
Amigos míos, los invito a rendirlo todo delante de Jesús —su pasado, presente y futuro; sus pecados, penas, heridas y amarguras— y a pedirle en oración que Él sea el Señor de sus vidas. Pongan su vida y su eternidad en sus manos, y descansen en la paz que solo Él puede brindar. Este año ha sido difícil, pero no hay mejor momento que ahora —en esta época de Navidad— para poner tu esperanza en Cristo.