Transformado por la gracia: El rey David

A partir de las vidas de cuatro personajes bíblicos, este verano meditaremos sobre el camino por el que Dios nos guía para pasar del quebrantamiento hasta un perfecto sentido de pertenencia en Él. Al meditar las tentaciones y luchas de estos personajes, descubriremos que hay mucho qué aprender de sus encuentros con Dios.

En la tercera parte de nuestra serie de verano, nos centramos en uno de los personajes más conocidos de la Biblia: un niño pastor al que Dios convirtió en rey de Israel.

Ten piedad de mí, oh Dios, conforme a tu gran amor; conforme a tu misericordia… Lávame de toda mi maldad y límpiame de mi pecado.

Salmo 51:1-2, NVI

¿Cómo serás recordado?

El rey David es conocido como un hombre «conforme al corazón de Dios» (1 Samuel 13:14, NVI), pero la Biblia también es clara acerca de la gravedad de sus pecados. Veamos uno de los momentos más oscuros de la vida de David y cómo Dios lo redimió.

Mientras sus generales estaban en guerra, David se quedó en casa. Mientras caminaba por la azotea de su palacio, observó a Betsabé, una mujer casada, bañándose una tarde. Abrumado por la lujuria y haciendo uso de su poder, pidió que le trajeran a Betsabé.

Cuando Betsabé quedó embarazada, David trató de encubrir su pecado. Finalmente, ordenó que su esposo, Urías, un soldado leal, fuera enviado al frente de la guerra, a fin de asegurar su muerte.

Lee la historia de David y Betsabé en 2 Samuel 11-12.

En una devoción sobre el rey David, Will Graham describió esta espiral descendente de «adulterio, asesinato y mentiras, que resultó en muerte y destrucción».

«Se podría entender que alguien descartara a David como una causa perdida, alguien que se alejó tanto de Dios que era irremediable», escribió.

«Afortunadamente, Dios no obra así».

A través del profeta Natán, Dios confrontó a David con sus transgresiones.

«Así dice el Señor, Dios de Israel: […] ¿Por qué, entonces, despreciaste la palabra del Señor haciendo lo que le desagrada?», le preguntó Natán a David (2 Samuel 12:7-9).

Tras haber sentido convicción a causa de la reprimenda de Natán, David se arrepintió y dijo: «He pecado contra el Señor» (2 Samuel 12:13). En su misericordia, Dios le perdonó la vida; sin embargo, no canceló las consecuencias de sus acciones. Natán informó al rey: «Sin embargo, tu hijo sí morirá, pues con tus acciones has mostrado desprecio al Señor» (2 Samuel 12:14).

David ayunó y oró por su hijo recién nacido durante siete días, pero aun así, su hijo falleció.

«De manera similar, es posible que estés pagando un precio terrenal por tus pecados o por los pecados de otros a tu alrededor», dijo Will Graham.

Pero tenemos estas buenas nuevas: «El precio eterno del pecado fue pagado por el sacrificio de Jesús en la cruz y su victoria sobre la tumba», dijo Will Graham. «Si te arrepientes de tu pecado y le sigues como Salvador, ya no hay ninguna condenación para los que están en Cristo Jesús» (Romanos 8:1).

¿Qué tiene que ver la historia del rey David contigo?

Es fácil ver esta historia como una lección sobre el arrepentimiento para cuando pecamos gravemente. Sin embargo, el arrepentimiento diario debe marcar la vida de todo creyente, sin importar lo que hayamos hecho o dejado de hacer.

«La Biblia dice que todos hemos pecado y estamos destituidos de la gloria de Dios (Romanos 3:23)», dijo Will Graham. «Es probable que el pecado en tu vida no haya alcanzado el nivel del de David; sin embargo, en el ámbito de la eternidad, eso no es lo que importa. Lo único que importa es lo que haces con el pecado».

El arrepentimiento no es solo decir una rápida disculpa a Dios por obligación. La Biblia enfatiza que es mucho más: implica apartarse del pecado y tomar la dirección opuesta.

«Si eliges abrazar [el pecado] y permitir que te mantenga cautivo, estás en un camino muy peligroso, uno que conduce a la muerte eterna y a la separación de Dios», dijo Will Graham.

Si vivimos en un estado constante de arrepentimiento y humilde sumisión a Dios, podemos caminar en libertad a través del poder del Espíritu Santo, sabiendo que somos redimidos e inocentes gracias a la sangre de Cristo.

Al final de su vida, el rey David impartió esta sabiduría a su hijo Salomón: «Cumple las órdenes del Señor tu Dios; sigue sus caminos y cumple sus estatutos, mandamientos, ordenanzas y mandatos, los cuales están escritos en la Ley de Moisés. Así prosperarás en todo lo que hagas y por dondequiera que vayas» (1 Reyes 2:3).

A través de los altibajos de su reinado, David se había dado cuenta de que los caminos de Dios son siempre los mejores.

«Sabemos cómo terminó la historia de David», dijo Will Graham. 

«¿Y la tuya? No es demasiado tarde para ti. Arrepiéntete, vuélvete a Jesús mientras aún hay tiempo y conoce la verdadera esperanza que solo se puede encontrar en Él».

Lee la primera parte de nuestra serie de verano sobre Zaqueo.

Lee la segunda parte de nuestra serie de verano sobre la mujer samaritana.