El Día de los Caídos conlleva un mensaje de sacrificio. En este día, honramos a los que han pagado el precio más alto a fin de garantizar y defender nuestra libertad a lo largo de la historia de esta nación. Fueron padres y madres, hijos e hijas, que se despidieron de sus familias y nunca volvieron. Es un honor para nosotros mantener vivo su recuerdo.
En Juan 15:13, Jesús hace una declaración sencilla pero profunda: «Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos» (NVI).
Este versículo me viene a la mente cuando pienso en el sacrificio de los que murieron sirviendo a nuestra nación. Es el regalo definitivo: no hay más que un soldado pueda dar. Han pagado el precio con su propio aliento y sangre, y lo hicieron por ti y por mí.
Por supuesto, cuando Jesús dijo estas palabras, sabía que pronto Él también daría su propia vida. En Marcos 10:45, Jesús dijo: «Porque ni aun el Hijo del hombre vino para que le sirvan, sino para servir y para dar su vida en rescate por muchos».
Nuestros militares entregaron sus vidas para asegurar nuestra libertad en este mundo mortal; Jesús dio su vida para vencer la muerte y el pecado, y ofrecernos así ser libres de la esclavitud del pecado y el poder de la muerte por la eternidad.
En 1 Corintios 15:55-57, las Escrituras confirman esta verdad: «¿Dónde está, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? El aguijón de la muerte es el pecado y el poder del pecado es la Ley. ¡Pero gracias a Dios que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo!».
En este Día de los Caídos, te invito a que tomes un momento para considerar el increíble precio que han pagado tantas personas por la libertad que tenemos en nuestro país. Mostremos agradecimiento por aquellos que dieron todo lo que tenían por nosotros. Honremos a los que nos han precedido.
Asimismo, te invito a que rindas tu vida a fin de vivir para Cristo, quien con su muerte y resurrección, abrió las puertas de la salvación. Como escribe Pablo en Romanos 12:1, «Por lo tanto, hermanos, tomando en cuenta la misericordia de Dios, ruego que cada uno de ustedes, en adoración espiritual, ofrezca su cuerpo como sacrificio vivo, santo y agradable a Dios».
Entrégalo todo al que pagó tu deuda por ti, aférrate a sus promesas y vive una vida digna de los sacrificios que se han hecho por todos nosotros.