Avanzaba lentamente en mi motocicleta descendiendo de la montaña, contemplando un denso manto de niebla como nunca había visto antes.
Habíamos ido al estado de Montana para celebrar reuniones evangelísticas en varias comunidades de la zona cuando algunos de nosotros decidimos hacer un rápido viaje por carretera a Glacier National Park [Parque Nacional de los Glaciares]. Sin embargo, las cosas no salieron como habíamos planeado. El clima lluvioso ya dificultaba bastante la visibilidad cuando de pronto entramos en una nube que se había formado alrededor de la montaña. No podía ver nada a más de dos pies de distancia frente a mí.
No podía seguir conduciendo. Después de todo, apenas si podía ver mis propias botas; por supuesto que no podría ver la carretera. Además, el asfalto había sido repavimentado recientemente y no había líneas pintadas en el suelo. Con una visibilidad y claridad absolutamente nulas, la única opción era avanzar mi motocicleta lentamente, con los pies en el suelo, esforzándome por ver los faros de los coches que atravesaban la densa niebla.
En un momento estuve a punto de chocar con la escarpada pared de roca que se encontraba a mi derecha. Me percaté de que estaba ahí hasta que estaba a poco más de un palmo de distancia de mí. Unos minutos más tarde, estuve a punto de chocar con el guardarraíl que separaba la carretera del acantilado del otro lado. Mi única opción era seguir avanzando lentamente con la moto hasta que el cielo se despejara. Sin duda, me encontraba en una situación difícil.
Se me ocurre que la vida, especialmente en la cultura y mundo actuales, puede ser como ese viaje oscuro y traicionero a través de la niebla. Al seguir la Palabra de Dios, sabemos que, en última instancia, estamos en el camino correcto; sin embargo, todo lo que nos rodea parece confuso y enfermo de pecado.
El profeta Isaías advirtió una vez: «¡Ay de los que llaman a lo malo bueno y a lo bueno malo, que tienen las tinieblas por luz y la luz por tinieblas, que tienen lo amargo por dulce y lo dulce por amargo!» (Isaías 5:20). Estas palabras parecen describir ciertamente la niebla de nuestro mundo moderno.
Incluso podemos llegar a preguntarnos por qué Dios permite el caos y el dolor que nos rodea. ¿Cuál es su plan? ¿Por qué parece guardar silencio mientras el mundo se degrada?
Encontramos aliento en las palabras de Isaías 55:9, donde Dios dice: «Mis caminos y mis pensamientos son más altos que los de ustedes; ¡más altos que los cielos sobre la tierra!», pero anhelamos ver claramente cómo encaja el plan; cómo «… Dios dispone todas las cosas para el bien de quienes lo aman, los que han sido llamados de acuerdo con su propósito» (Romanos 8:28).
Esto nos lleva a plantear la pregunta: ¿Cómo respondemos los cristianos cuando la niebla de la vida nos invade?
Para encontrar la respuesta, veamos al profeta del Antiguo Testamento Habacuc. Él se encontraba en una situación similar a la de muchos de nosotros hoy. Él hablaba con Dios y conocía sus mandatos. Entendía la justicia. También sabía que la cultura que lo rodeaba en la tierra de Judá se había vuelto malvada. Me imagino que le dolía el corazón al ver a la gente haciendo solo lo que les parecía correcto a su propio juicio.
Como resultado, Habacuc clamó a Dios, hablándole francamente y sin reservas. Aunque Habacuc quería que sus vecinos pecadores se arrepintieran, Dios reveló un plan distinto. Dios castigaría a Judá por su pecado y utilizaría a los impíos caldeos (babilonios) para lograrlo.
Imagínese la consternación de Habacuc. Una nación que desde cualquier punto de vista era mucho peor que la suya sería utilizada para promulgar el juicio de Dios sobre Judá. El mal iba a triunfar. ¡Vaya que si estaba en la niebla y sin tener idea de cómo el plan de Dios estaba obrando en medio del caos!
Habacuc trató desesperadamente de encontrarle el sentido a la situación. Luchó en su dolor y oró otro lamento lleno de duras palabras. Lo que sucedió después es muy interesante.
Después de pedir a Dios por última vez, hizo una simple declaración: «Me mantendré alerta, me apostaré en los terraplenes; estaré pendiente de lo que me diga, de su respuesta a mi reclamo» (Habacuc 2:1).
Es en esta singular frase donde podemos aprender lecciones sobre cómo responder a la niebla que nos rodea.
En primer lugar, debemos vivir una vida de compromiso. Habacuc fue a los terraplenes (la fortaleza) de la ciudad para esperar la respuesta de Dios. El ya había presentado sus preguntas a Dios en el capítulo 1, y ahora esperaba pacientemente a que Dios respondiera. Del mismo modo, cuando clamamos a Dios, también tenemos que ponernos en un lugar desde el que podamos escuchar la respuesta de Dios. Lo hacemos no necesariamente yendo a un lugar físico, sino poniéndonos de rodillas, estudiando su Palabra y descansando en su presencia.
En segundo lugar, necesitamos vivir una vida de anticipación, esperando escuchar a nuestro Señor. El Dios al que servimos es un Dios que desea darse a conocer a todas las personas. Al igual que Habacuc, debemos darnos cuenta de nuestra total dependencia de Dios. Debemos aferrarnos a Él y ser sensibles a su guía en respuesta a nuestra oración.
Por último, debemos vivir una vida de corrección. Habacuc acababa de desafiar audazmente a Dios por las injusticias que veía a su alrededor. Sin embargo, una vez que hubo dicho su parte, se humilló. Reconoció que los caminos de Dios son perfectos (aunque él no los entendiera) y estuvo dispuesto a ser corregido. ¡Qué lección para nosotros! En lugar de aferrarnos obstinada y pecaminosamente a nuestros deseos personales, debemos dejar que la respuesta de Dios moldee y corrija nuestros puntos de vista.
Las circunstancias de Habacuc no habían cambiado. Estaba rodeado de maldad, y el juicio a manos de los caldeos se veía venir en el horizonte. Sin embargo, en medio de la niebla, Habacuc invocó al Señor y se humilló, reconociendo que finalmente solo Dios tiene el control.
El mundo puede parecer oscuro, nuestros corazones pueden doler y el caos puede envolvernos. Sin embargo, si vivimos una vida de compromiso, anticipación y corrección, y si mantenemos un corazón de adoración y alabanza a nuestro Padre Celestial, podemos confiar en que Él ve más claramente de lo que nosotros podríamos ver jamás, y Él tiene un plan y un propósito para todas las cosas.