«Grábate en el corazón estas palabras que hoy te mando. Incúlcaselas continuamente a tus hijos. Háblales de ellas cuando estés en tu casa y cuando vayas por el camino, cuando te acuestes y cuando te levantes».
Deuteronomio 6:6-7, NVI
Aún recuerdo la primera vez que me di cuenta de que había algo diferente en mi familia. Estaba en el jardín de niños de una escuela pública en las montañas de Carolina del Norte. Mi maestra me puso la mano en el hombro y le explicó a otra maestra: «Este es el nieto de Billy Graham». Recuerdo que me pregunté cómo sabía ella el nombre de mi abuelo.
Por supuesto, a medida que pasaron los años, fui atando cabos. Especialmente cuando cancelaron la transmisión de mi programa favorito de la infancia, Los Duques de Hazzard. «El programa regular de esta noche no se emitirá», retumbaba la voz desde el televisor. «Permanezcan sintonizados para la Cruzada Billy Graham».
Mis hermanos y yo solíamos quejarnos. Nos habíamos portado bien toda la semana para ganarnos esa media hora de televisión privilegiada. Además, podíamos ver a mi abuelo cuando queríamos. A pesar de todo, siempre fue divertido verlo en la televisión.
Para ser sincero, ser nieto de Billy Graham e hijo de Franklin Graham ha conllevado algunos retos. Mi vida ha sido un poco como vivir en una pecera, con los demás observándote, esperando que cometas algún desliz. Hay quienes tienen una mala opinión de mi familia simplemente porque nos apoyamos en la Palabra de Dios y no estamos dispuestos a doblar la rodilla ante este mundo moderno.
Pero los beneficios de crecer como un miembro de la familia Graham superan con creces cualquier desafío. He atravesado puertas que nunca hubiera podido abrir por mí mismo. Se me ha dado la oportunidad de compartir la esperanza de Jesucristo por todo el mundo, simplemente gracias a los esfuerzos de toda la vida de mi familia por el reino de Dios.
En particular, estoy increíblemente agradecido por haber tenido la oportunidad de aprender de mi padre y de mi abuelo, dos hombres piadosos que me han enseñado tanto sobre la vida, la fe y el ministerio.
Al celebrar el Día del Padre, me he tomado un tiempo para considerar algunas lecciones que he aprendido de ellos.
1. Proteger diligentemente a la familia.
Desde su nacimiento, mi padre ha vivido con grandes expectativas por ser el hijo de Billy Graham. Por eso, se empeñó en no imponer una carga similar sobre sus hijos. Más bien, nos protegió para que los demás no nos empujaran en una dirección u otra. Curiosamente, cada uno de nosotros —sus cuatro hijos— estamos ahora sirviendo en el ministerio. Tal vez no hubiera sido así si él no nos hubiera dado la libertad de elegir.
2. Mostrar compasión y amor por los demás en el Nombre de Jesús, compartiendo el Evangelio en cada oportunidad.
Desde muy temprana edad, vi a mi padre correr para brindar ayuda en medio de la tragedia, la pena y el sufrimiento. A través de los dos ministerios que dirige [Billy Graham Evangelistic Association y Samaritan’s Purse], ha predicado el Evangelio en países que muchos consideran inalcanzables, ha cavado pozos, ha construido iglesias, ha construido hospitales de emergencia y los ha dotado de personal, ha proporcionado suministros a refugiados, y ha restaurado hogares dañados por tormentas.
Mi padre me enseñó la audacia de compartir el Evangelio de Jesucristo en cada oportunidad. Él encuentra la manera de incluir las Buenas Nuevas en cada entrevista con los medios de comunicación y en cada discurso. El tema puede ser los derechos humanos en China, un ciclón en Filipinas o la política en Estados Unidos, pero él siempre encuentra la forma de hacer que el mensaje encaje con el mensaje de la esperanza que solo se puede encontrar en Jesucristo: «Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna» (Juan 3:16, NVI).
Mi abuelo, Billy Graham, también me enseñó la importancia de la audacia, pero de una forma ligeramente diferente. Una cosa que se me quedó particularmente grabada fue la audacia en sus invitaciones.
Mientras que muchos evangelistas suplican a la audiencia para que responda y deposite su fe en Jesucristo, mi abuelo simplemente predicaba la Palabra de Dios y luego llamaba a la gente a acercarse. Y la gente respondía. No era por nada que él dijera o hiciera, sino que simplemente hablaba con la autoridad de las Escrituras.
3. Anclar cada pensamiento y acción en la oración y las Escrituras.
Mi abuelo se mantuvo inquebrantablemente firme en la Biblia. Reconocía que sus palabras no podían cambiar a nadie, pero «… la palabra de Dios es viva y poderosa, y más cortante que cualquier espada de dos filos. Penetra hasta lo más profundo del alma y del espíritu, hasta la médula de los huesos, y juzga los pensamientos y las intenciones del corazón» (Hebreos 4:12).
Al ver a tantos cristianos caer en el analfabetismo bíblico y ser transigentes con las Escrituras, he aprendido a apreciar esto cada día más. Como mi abuelo, debemos aferrarnos, leer, estudiar, proclamar y anclar nuestras almas en la Biblia.
Asimismo, mi abuelo reconocía profundamente la importancia de la oración. Sabía que la oración era el fundamento de cualquier evento evangelístico. Cuando lo invitaban a celebrar una Cruzada en una ciudad, su primera pregunta era: «¿Están orando las iglesias?».
La oración prepara el terreno espiritual para que la Palabra pueda aterrizar en suelo fértil. A pesar de lo mucho que él oraba, mi abuelo me confesó que ojalá hubiera orado más. «Ora. Ora. Ora”, me decía. «Podría haber hecho mucho más si hubiera aceptado menos compromisos como predicador y hubiera pasado más tiempo de rodillas orando».
He sido sumamente bendecido por el legado de fe de mi familia, y he recibido increíbles lecciones y oportunidades. Oro ser capaz de usar siempre ambas cosas para la gloria de Dios.