«Si vivimos en la luz, así como Dios está en la luz, entonces tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesús, su Hijo, nos limpia de todo pecado».
—1 Juan 1:7, NTV
En una ocasión recibí una carta de un hombre de Charlotte, Carolina del Norte. Dijo que, hasta nuestra Cruzada en Charlotte, él estaba lleno de odio, amargura y prejuicio hacia las personas de otras razas. Se había unido a una de las organizaciones extremistas y estaba a punto de involucrarse en actos de violencia. Por curiosidad vino a las reuniones de la Cruzada; y una noche se convirtió gloriosamente al Señor. Él manifestó: «Mi amargura, odio, malicia y prejuicio inmediatamente desaparecieron. Me encontré en la sala donde estaban brindando consejería sentado al lado de una persona de otra raza. Entre lágrimas, agarré la mano de ese hombre, a quien hasta hacía unas horas yo aborrecía sin razón. Mi problema de racismo se había resuelto. Ahora sé que amo a todas las personas sin importar el color de su piel».
Solo Cristo puede resolver el complejo problema del racismo que persiste en el mundo hoy en día. Hasta que las personas de todas las razas acepten a Cristo como Salvador, no tendrán la capacidad de amarse unos a otros. Cristo puede darte un amor sobrenatural, que hace que ames incluso a aquellos a quienes de otra forma no podrías amar.
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Padre celestial, lléname de ese amor sobrenatural de Jesús que me hace amar a quienes antes no amaba.