«En paz me acuesto y me duermo, porque solo tú, Señor, me haces vivir confiado». —Salmos 4:8
En un mundo materialista que ha intentado romper relaciones diplomáticas con Dios, no tenemos dónde escondernos excepto dentro de nosotros mismos. Somos como tortugas en un embotellamiento de tránsito: lo mejor que podemos hacer es meter la cabeza dentro del caparazón y cerrar los ojos. Sin embargo, hacer eso es una buena manera de que nos aplasten y perdamos la vida, como toda tortuga muerta podría atestiguar.
El conflicto entre los seres humanos solamente es una expresión de nuestro conflicto con Dios. El ser humano no puede encontrar la paz con sus semejantes a menos que tenga primero un acuerdo de paz con Dios. Si queremos ser pacificadores, primero debemos hacer las paces con Dios.