«… pero no fui yo sino Dios quien obraba a través de mí por su gracia». —1 Corintios 15:10, NTV
Seamos realistas: vinimos al mundo sin nada y nos iremos sin nada. ¿De dónde sacamos la noción de que Dios y el ser humano comparten el mismo concepto del éxito? Tal vez has escrito un libro, eres un gerente y promotor inteligente, eres un artista talentoso, has logrado hacerte rico por tu cuenta o has alcanzado la fama y la fortuna. Sin embargo, sin los dones de la inteligencia, la imaginación, la personalidad y la energía física, que son dados por Dios, ¿dónde estarías? ¿No nacimos pobres? ¿No morimos pobres? ¿No seríamos pobres, en efecto, sin la infinita misericordia y el amor de Dios?
Salimos de la nada; y si somos algo, es porque Dios lo es todo. Si tuviéramos que privarnos de Su poder por un breve instante, si tuviéramos que contener el aliento de vida por un momento, nuestra existencia física se desvanecería y nuestras almas serían arrastradas a una eternidad sin fin. Aquellos que son pobres en espíritu reconocen su condición de criatura, es decir, meros seres creados, y también reconocen su pecaminosidad. Pero, más aun: están listos para confesar sus pecados delante de Dios y renunciar a ellos.
Todo lo que tengo o soy, Señor mi Dios, me lo han dado tus manos todopoderosas. Perdóname cuando tiendo a jactarme de mis propios logros, porque no soy nada sin tu gracia y amor.