«No se puede servir a la vez a Dios y a las riquezas». —Mateo 6:24
Si me dices lo que piensas del dinero, te diré lo que piensas de Dios. La verdad es que ambas convicciones están estrechamente relacionadas. El corazón de una persona está más relacionado con su billetera que con ninguna otra cosa. Es asombroso que en los últimos años la gente gaste al menos diez veces más en lujos y en cosas innecesarias que en obras de caridad y en compartir el Evangelio. La gente de fe que sigue este patrón demuestra que tiene una fe que es más bien religiosa, banal y superficial.
La Biblia nos advierte contra la avaricia y el egoísmo, y nos aconseja seguir la austeridad y el ahorro. Incluso Jesús les ordenó a sus discípulos después de alimentar a la multitud milagrosamente: «Recojan los pedazos que sobraron, para que no se desperdicie nada» (Juan 6:12). Aunque nuestro Señor tenía el poder de crear cualquier cosa, Él mismo vivía con moderación y sin lujos. John Wesley tenía una filosofía tripartita sobre el dinero. Él afirmó: «Haz todo lo que puedas, guarda todo lo que puedas y da todo lo que puedas». Sin embargo, la mayoría de nosotros hacemos todo lo contrario: conseguimos todo lo que podemos, gastamos todo lo que podemos y damos lo menos posible. Meditemos hoy en ello.