«... por medio de (su Hijo) hizo el universo». —Hebreos 1:2
Hay muchos argumentos que podríamos reunir para dar testimonio de la existencia de Dios. Hay incluso evidencia científica que apunta a su existencia. Por ejemplo, todo lo que está en movimiento tiene que ser movido por algo más, puesto que el movimiento es la respuesta de la materia a la fuerza. En el mundo de la materia no puede haber fuerza sin vida, y la vida presupone un ser del que emana la fuerza para mover las cosas, como las mareas y los planetas.
También existe el argumento que dice que nada puede ser la causa de sí mismo. Tendría que existir antes de sí mismo si causara su propia existencia, lo que sería un absurdo. También existe la ley de la vida. Vemos objetos que no tienen intelecto, como las estrellas y los planetas, que se mueven siguiendo un patrón sistémico y cooperan ingeniosamente entre sí. Por tanto, es evidente que logran sus movimientos no por accidente sino por diseño. Las cosas que no tiene inteligencia no pueden moverse de manera inteligente. Una flecha sería inútil sin un arco y sin un arquero. ¿Qué les da dirección, propósito y diseño a los objetos inanimados? Es Dios. Él es la fuerza subyacente y motivadora de la vida.