«Pues sabemos que, cuando se desarme esta carpa terrenal en la cual vivimos (es decir, cuando muramos y dejemos este cuerpo terrenal), tendremos una casa en el cielo, un cuerpo eterno hecho para nosotros por Dios mismo y no por manos humanas». —2 Corintios 5:1, NTV
La muerte, para el cristiano, es el intercambio de una carpa por un edificio. En este mundo vivimos como peregrinos, vivimos en un hogar frágil y endeble, y estamos sujetos a enfermedades, dolores y peligros. No obstante, en la muerte intercambiaremos esta carpa, que se derrumba y se desmorona, por una casa no hecha con manos, una morada eterna en el cielo. El caminante errante alcanza su pleno potencial en la muerte y es entonces cuando el título de la mansión que nunca se deteriorará ni se desmoronará. ¿Crees que Dios, que ha provisto tan ampliamente para tu vida, no hará provisión para tu muerte? La Biblia dice que somos forasteros en una tierra extranjera. Este mundo no es nuestro hogar; nuestra ciudadanía está en el cielo. Cuando un cristiano muere, va a la presencia de Cristo. Va al cielo para pasar la eternidad con Dios.
Señor, hoy dame conciencia de que, como tu hijo, mi verdadero hogar no está en este mundo, sino que un día intercambiaré esta carpa por una casa hecha por ti en el cielo.