«…la lengua es un miembro pequeño, y sin embargo, se jacta de grandes cosas…» —Santiago 3:5, LBLA
Había una mujer en Inglaterra que acudió a su pastor con la conciencia intranquila. El pastor sabía que era una chismosa asidua y que había calumniado a casi todos los aldeanos.
—¿Cómo puedo hacer las paces? —suplicó.
El pastor le respondió:
—Si quieres estar en paz con tu conciencia, lleva contigo una bolsa de plumas de ganso y coloca una pluma en el pórtico de cada persona que has calumniado.
Cuando había terminado de hacer eso, volvió donde el pastor y le preguntó:
—¿Eso es todo?
—No —respondió el anciano y sabio pastor—. Debes volver ahora y recoger todas las plumas y traérmelas.
Después de mucho tiempo, la mujer regresó sin una sola pluma.
—El viento las había hecho volar —explicó ella.
—Querida señora —declaró el pastor—, lo mismo sucede con el chisme. Es fácil dejar caer palabras crueles, pero nunca más podremos recuperarlas.