«¿Y qué beneficio obtienes si ganas el mundo entero pero pierdes tu propia alma? ¿Hay algo que valga más que tu alma?» —Marcos 8:36-37, NTV
En el mundo en el que vivimos, le prestamos más a atención a satisfacer los apetitos del cuerpo, y prácticamente ninguna atención al alma. Por consiguiente, terminamos desproporcionados. Engordamos física y materialmente, mientras que espiritualmente estamos delgados, débiles y anémicos. El alma en realidad requiere tanta atención como el cuerpo. Requiere una amistad y una comunión con Dios. Requiere adoración, tranquilidad y meditación. A menos que el alma sea alimentada y ejercitada diariamente, se debilita y se marchita. Permanece descontenta, confundida e inquieta. Mucha gente recurre al alcohol para intentar ahogar los lloros y los anhelos del alma. Algunos recurren a una nueva experiencia sexual. Otros intentan calmar los anhelos de su alma de otras formas. Sin embargo, solamente Dios satisface por completo, porque el alma fue creada para Dios y sin Dios está inquieta y atormentada en secreto.