«Restaura en mí la alegría de tu salvación y haz que esté dispuesto a obedecerte». —Salmos 51:12, NTV
No es inusual que, al alcanzar la edad adulta, las personas abandonen la educación que recibieron en su infancia. Las razones pueden ser muchas. Quizás su exposición a la incredulidad fue más fuerte que su exposición a la creencia. Esto ocurre a menudo, ya que la Biblia afirma: «Nada hay tan engañoso como el corazón».
El pecado ha preparado el corazón humano para aceptar tanto la incredulidad como la fe. Tal vez alguien a quien tenían en alta estima influyó en su pensamiento y en determinado momento llegaron a ver su primera educación como un sinsentido. Como alguien dijo alguna vez: «Un poco de aprendizaje puede alejar a una persona de Dios, pero la comprensión completa lo traerá de vuelta».
Algunos de los cristianos más acérrimos que conozco son personas que pasaron por etapas en sus vidas en las que dudaron de la Biblia, de Cristo y de Dios. Sin embargo, a medida que continuaron examinando el tema, encontraron pruebas contundentes de que «solo los necios dicen en su corazón: “No hay Dios”» (Salmo 14:1, NTV).