«Toda buena dádiva y todo don perfecto descienden de lo alto». —Santiago 1:17
Dios, en su misericordia y bondad, ha dotado a cada ser humano con ciertos dones, talentos y capacidades. Estos no se deben usar de manera egoísta para nuestro propio beneficio, sino para la gloria de Dios y para la edificación de su reino. Nuestras personalidades, nuestra inteligencia y nuestras capacidades son dones que recibimos directamente de su mano generosa. Si desviamos su uso para nuestro propio beneficio, nos convertimos en culpables de egoísmo.
Es conveniente para el empleado de una empresa trabajar para el beneficio, el interés y la gloria del propietario. Cuando el propietario se beneficia, todos los miembros de la empresa se benefician. Entonces, como administradores de nuestros talentos, debemos también invertirlos para la gloria, la alabanza y el honor de Dios. Si Dios es glorificado, nosotros como sus socios seremos bendecidos. Nuestras voces, nuestro servicio y nuestras capacidades tienen que emplearse principalmente para la gloria de Dios.