«Cuando te llamé, me respondiste; me infundiste ánimo y renovaste mis fuerzas». —Salmos 138:3
En algún momento de la vida, todos sentimos la soledad que conlleva la tristeza. Marta y María se entristecieron por la muerte de su hermano Lázaro, y Marta le dijo a Jesús: «Si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto». Se sintieron solas en su tristeza. El versículo más corto de la Biblia nos dice que, en la tumba de Lázaro, «Jesús lloró» (Juan 11:35, NVI). Él siente nuestra tristeza.
Cuando venimos a Jesucristo, Él no promete eximirnos de los problemas ni las tristezas. Habrá lágrimas, pero en el fondo encontrarás también una alegría que es difícil de explicar. Es una alegría que viene de Dios, producida por el Espíritu Santo. En medio de las pruebas, las agonías y las lágrimas que nos llegan a todos, Él nos brinda un poder sobrenatural que produce alegría.