«... en su gracia, Dios gratuitamente nos hace justos a sus ojos por medio de Cristo Jesús, quien nos liberó del castigo de nuestros pecados». —Romanos 3:24
¡La salvación es gratuita! Dios no pone precio al don de todos los dones, ¡es gratis! Los predicadores no son vendedores porque no tienen nada que vender. Ellos son portadores de buenas noticias: las buenas nuevas que anuncian que «Cristo murió por nuestros pecados según las Escrituras» (1 Corintios 15:3). La salvación no se puede comprar con dinero. El ser humano no la puede ganar. El prestigio social no puede ayudar a adquirirla. La moralidad no puede comprarla. Es, como afirmó Isaías: «Sin pago alguno» (Isaías 52:3, NTV).
Dios no es un comerciante. No se puede negociar con Él. Los tratos con Él se tienen que hacer bajo sus propias condiciones. Él es Dios, y sostiene en su mano omnipotente el regalo invaluable, precioso y eterno de la salvación; y te invita a que lo aceptes sin dinero ni precio. Las mejores cosas de la vida son gratuitas, ¿no es así? El aire que respiramos no se vende por metro cúbico. El agua que fluye cristalina desde el arroyo de la montaña se puede beber gratuitamente. De la misma forma, el amor, la fe y la esperanza son gratuitos.
Aunque obtuve la salvación a través del sacrificio más costoso que jamás se ha hecho, Tú Señor, me la has dado gratis. Te alabo por este regalo que me das con todo tu amor.