«No amen al mundo ni lo que hay en él. El que ama al mundo no ama al Padre». —1 Juan 2:15, NTV
Algunos aspectos de la vida diaria no son pecaminosos en sí mismos, pero tienen la capacidad de conducirnos al pecado si abusamos de ellos. Abusar literalmente significa «usar en exceso» y, en muchas ocasiones, el uso excesivo de las cosas permitidas se convierte en pecado. La ambición es una parte esencial del carácter humano, pero tiene que estar fija en objetos válidos y ejercerse en proporción justa. Pensar en las necesidades de la vida y el cuidado de nuestras familias es absolutamente imprescindible; pero eso puede producir ansiedad, y luego, como Cristo nos recordó, las preocupaciones de la vida pueden ahogar la semilla espiritual en el corazón.
Ganar dinero es imprescindible para la subsistencia diaria; pero ganar dinero tiende a degenerar en amor al dinero, y luego entra la trampa de las riquezas y arruina nuestra vida espiritual. En muchos círculos cristianos se malinterpreta el significado de la mundanalidad. No se pueden trazar líneas y decir que al considerar determinada forma de vivir o una circunstancia particular de la vida, una persona es espiritual y otra no lo es. La mundanalidad es en realidad un espíritu, una personalidad, una influencia que impregna la vida entera. Esta hay que evitar constante y arduamente.