«Ahora pues, arrepiéntanse de sus pecados y vuelvan a Dios para que sus pecados sean borrados. Entonces, de la presencia del Señor vendrán tiempos de refrigerio…». —Hechos 3:19-20, NTV
El arrepentimiento conlleva cierto nivel de tristeza y, por lástima, es algo que no se observa mucho hoy en día. Es un tipo de tristeza que significa lamentarse e incluso gemir. No quiero decir que es necesario tener una gran experiencia emocional, pero sí creo que necesitamos lágrimas de arrepentimiento. Necesitamos arrepentirnos de nuestros pecados y decir: «Oh, Dios, he pecado contra ti, ¡me arrepiento!». Yo no soy una persona emocional. No sé por qué, pero no lloró fácilmente. Sin embargo, de las pocas veces que he llorado en mi vida, algunas de ellas han sido por los pecados que cometí hace muchos años.
La noche que acudí a Cristo no había lágrimas en mi rostro. No obstante, más tarde me fui a casa, miré por mi ventana el cielo de Carolina del Norte y lloré por mis pecados. Dije: «Oh, Dios, perdóname». La paz más maravillosa barrió mi alma. Desde ese momento en adelante, supe que mis pecados habían sido perdonados.