«Pon tu casa en orden».
—2 Reyes 20:1
Cuando el ser humano rechaza el camino de Salvación que Dios nos dio en Jesucristo, no hace otra cosa sino condenarse a sí mismo. En amor y en misericordia, Dios le ofrece a la humanidad una salida, un camino de salvación, una esperanza y la promesa de que vendrán cosas mejores. El ser humano en su ceguera, insensatez, terquedad, egocentrismo y amor al placer pecaminoso, rechaza el sencillo método que Dios nos brinda para escapar los dolores de la eterna separación de Dios.
Supongamos que estás enfermo y llamas a un médico. El médico viene y te da una receta. No obstante, después de haberlo pensado, decides ignorar su consejo y rechazar la medicina. Cuando el médico vuelva unos días después, te encontrará en una condición mucho peor. ¿Podrías culpar al médico? ¿Podrías hacerlo responsable? Él te dio la receta y prescribió el remedio; sin embargo, ¡tú lo rechazaste!
De la misma manera, Dios prescribe el remedio para las enfermedades del alma de la raza humana. Ese remedio es arrepentirnos de nuestros pecados, poner nuestra fe personal en Jesucristo como nuestro Salvador, y hacer un compromiso con Él. El remedio es nacer de nuevo. Si lo rechazamos intencionalmente, tendremos que sufrir las consecuencias. Y, ciertamente, no podremos culpar a Dios. ¿Acaso Dios tiene la culpa de que nosotros rechacemos el remedio?
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Señor Jesús, cuando te sentaste a contemplar Jerusalén, lloraste. Dame la misma compasión por aquellos que no han aceptado tu remedio y no han nacido de nuevo.