«No se preocupen por nada; en cambio, oren por todo. Díganle a Dios lo que necesitan y denle gracias por todo lo que él ha hecho».
—Filipenses 4:6, NTV
Los historiadores probablemente llamarán a nuestra era «la era de la ansiedad». La ansiedad es el fruto natural que surge cuando nuestras esperanzas se centran en cualquier cosa que no sea Dios y su voluntad para nosotros. Cuando buscamos cualquier otra cosa, nuestro objetivo, nuestra frustración y nuestra derrota son inevitables. Aunque tenemos menos cosas de qué preocuparnos que las generaciones anteriores, tenemos más preocupación. Aunque las cosas son más fáciles de lo que lo fueron para nuestros antepasados, tenemos más inquietud. Aunque tenemos menos motivos reales para tener ansiedad que nuestros predecesores, tenemos más ansiedad interna. La insignia del pionero eran las manos callosas; la de la persona moderna es el ceño fruncido.
Dios nunca ha prometido eliminar todos nuestros problemas y dificultades. De hecho, a veces pienso que el cristiano verdaderamente comprometido está en conflicto con la sociedad que le rodea más que cualquier persona. La sociedad va en una dirección y el cristiano va en la dirección opuesta. Eso provoca desacuerdos y conflictos. No obstante, Dios ha prometido, en medio de los problemas y los conflictos, una paz genuina y una sensación de seguridad que quien vive en el mundo y rechaza a Dios no conoce.
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Señor Jesús, enséñame a mantener mis ojos centrados en ti y no en mí mismo ni en mis ansiedades. Ayúdame a permitirte llenarme de tranquilidad hoy.