¡Qué Salvador!


 
«… se escribió hace mucho tiempo que el Mesías debería sufrir, morir y resucitar al tercer día».
—Lucas 24:46, NTV

¿Qué clase de poder e influencia fue capaz de hacer que la cruz pasara de ser un instrumento de tortura sangrienta a ser el símbolo más glorioso y amado? Los romanos crucificaron a miles de personas antes y después de Cristo. Si Jesús no hubiera resucitado de entre los muertos, ninguna persona sensata hubiera glorificado algo tan repulsivo y horrendo como una cruz manchada con sangre.

Pero por el milagro de su resurrección de la tumba, Jesús puso el sello de garantía sobre el perdón de nuestros pecados.

Un Cristo muerto no podría haber sido nuestro Salvador. Una tumba cerrada nunca habría abierto el cielo. Al romper las cadenas de la tumba, Jesús demostró ser el vencedor del pecado por toda la eternidad. El sacrificio en el Calvario cumplió su propósito: fue el precio del rescate por tus pecados y los míos, y ha sido aceptado por Dios. ¡Aleluya, qué Salvador!

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Oración de hoy

Cada vez que vea la Cruz vacía, permíteme recordar tu sufrimiento y tu victoria, Señor Jesús.