«Bienaventurado el hombre a quien corriges, Señor». —Salmos 94:12, LBLA
En ocasiones, Dios permite que los cristianos sufran para que puedan aprender el secreto de la obediencia. El salmista afirmó: «Antes de sufrir anduve descarriado, pero ahora obedezco tu palabra» (Salmos 119:67). No fue sino hasta después de muchas penas y aflicciones que David aprendió a obedecer a Dios.
Mi querido amigo cristiano, si estás sufriendo en las manos de Dios y te has preguntado mil veces por qué, te ruego que seas paciente y que guardes silencio delante de Dios: escucha su voz suave y quieta. Inclínate ante su mano amorosa y reconoce que el sol brilla por encima de las nubes. Dios tiene un propósito y un designio para tu vida; confía en que lo que te está pasando es por tu bien.
Cada vez que tengo que soportar el sufrimiento, mi humanidad pregunta: «¿Por qué, Señor?»; pero mi ser, lleno del Espíritu de Dios y que nació de nuevo, declara que confía en ti, Padre.