«Sí, qué alegría para aquellos a quienes el Señor les borró el pecado de su cuenta». —Romanos 4:8 (NTV)
Hace varios años me detuvieron por conducir más rápido que el límite de velocidad, y en la sala del juzgado me declaré culpable. El juez no solo se portó amable, sino que también estaba avergonzado por mi presencia en su sala. La multa fue de diez dólares. Si me hubiera dejado libre, eso habría sido incoherente con la justicia. ¡Alguien tenía que pagar la sanción, ya fuera yo u otra persona! La justicia es coherente con el amor. Un Dios de amor debe ser un Dios de justicia. Es porque Dios ama ser justo. Su justicia equilibra su amor y hace que su gesto de amor y justicia sea significativo.
Dios no podría amar continuamente a la humanidad si no hubiera establecido el juicio de los malhechores. Su decisión de preparar un castigo para el malhechor y separar al justo es una manifestación del gran amor de Dios. Siempre debemos mirar la cruz sobre el fondo tenebroso del juicio. Fue precisamente porque el amor de Dios por la humanidad era tan intenso, que dio a su Hijo para que la humanidad no tuviera que enfrentar el juicio.