«No codicio lo que ellos codician». Las palabras de Roland Fryer se me han quedado grabadas en la mente desde hace meses. Fryer, afroamericano, era un prestigioso economista y profesor de Harvard cuando decidió hacer una investigación sobre el sesgo racial en los tiroteos policiales que han terminado en muertes. Entonces, su investigación demostró que no existía tal sesgo, una conclusión que iba en contra de sus propios prejuicios y de la narrativa aceptada.
Sus colegas le advirtieron que no publicara los resultados. Le dijeron que arruinarían su carrera. Pero él lo hizo de todos modos. Después, tuvo que vivir bajo protección policial durante un tiempo, sus colegas se volvieron en su contra, sus métodos de investigación fueron criticados y se convirtió en blanco de una investigación por parte de la universidad que lo llevó a una suspensión sin sueldo.
La mayoría de la gente habría intentado preservar su carrera, su estatus, su prestigio y su reputación. Cuando se le preguntó qué lo empujó a tomar la decisión contraria, misma que le acarreó todas las consecuencias que sufrió, Fryer respondió simplemente: «No codicio lo que ellos codician».
Las personas son motivadas por lo que anhelan. Y una vez que lo consiguen, su principal motivación es el miedo a perderlo. Esta es una de las razones por las que las personas transigen y se conforman: se dan cuenta de lo mucho que pueden perder y no quieren arriesgarse. Todos los incentivos normales nos empujan a conformarnos y transigir.
¿Qué «codicias»? ¿Qué temes perder? Te lo pregunto porque la respuesta revela algo sobre lo vulnerables que podemos ser ante las presiones que, en mi opinión, los seguidores fieles de Jesús van a enfrentar en un futuro próximo.
Mi esposa, Norine, y yo oramos recientemente en el puente Metekhi, en Tiflis, la capital de la República de Georgia, donde miles de personas fueron martirizadas en 1226. Un sultán musulmán capturó la ciudad y colocó una imagen de Cristo en el puente. Aquellos que se negaron a blasfemar contra Cristo, pisar la imagen y convertirse al islam fueron decapitados. Sentí mucho orgullo y gratitud por aquellos creyentes que se mantuvieron firmes. A menudo oigo que debemos estar dispuestos a morir por Cristo, y sí, debemos estarlo. Pero, probablemente, este no es el tipo de presión al que nos enfrentaremos la mayoría de nosotros.
Norine y yo solíamos vivir en Turquía y hemos estado involucrados en Oriente Medio durante muchos años. Estas zonas solían ser mayoritariamente cristianas, hasta que el islam las invadió. Ahora quedan pocos cristianos. Muchos se convirtieron para evitar la espada durante la conquista islámica inicial, pero lo que llevó a muchos a apartarse del cristianismo de forma masiva fue más bien la presión social y económica sostenida. Los cristianos eran vulnerables porque tenían derechos legales limitados y no podían testificar contra un musulmán. La sociedad mayoritaria trataba a los cristianos como ciudadanos de segunda clase, los discriminaba y ideaba formas de humillarlos, como prohibirles montar a caballo (los cristianos solo podían montar burros) u obligarlos a llevar un tipo de ropa específica que los identificaba y mostraba su condición inferior.
Se trata de cosas relativamente menores, sobre todo en comparación con la espada, pero es muy duro vivir como una minoría despreciada. Además, los que no eran musulmanes tenían que pagar un impuesto especial llamado jizya, que les hacía la vida mucho más difícil. Todo esto se podía evitar al conformarse a ser como los demás, y con el tiempo, la mayoría lo hizo. Abandonaron su identidad cristiana.
Creo que la persecución social y financiera está llegando a nuestro país, y será suficiente para provocar un éxodo de la Iglesia en esta generación, tal y como ocurrió en Oriente Medio en siglos pasados. Esto puede parecer excesivamente alarmista, especialmente cuando muchos evangélicos se muestran eufóricos por el cambio político de las últimas elecciones, que está revirtiendo algunos de los excesos de los últimos años y que, hasta ahora, ha apoyado la libertad religiosa.
Pero creo que se trata de un retraso temporal. La mayoría de las instituciones de nuestro país están dirigidas por progresistas que son cada vez más agresivamente anticristianos. El auge de una nueva derecha política puede animar a algunos, pero esto no está conduciendo a un aumento significativo de la asistencia a la iglesia ni de las conversiones —de hecho, seguimos perdiendo fieles— y un número significativo de personas de la derecha se asemeja a la izquierda progresista en cuanto a que carece de fundamentos morales judeocristianos y está impulsada por un puro afán de poder. Nuestra cultura en general es poscristiana, y eso no ha cambiado. Los fieles seguidores de Jesús son una minoría, y creo que seguirán siéndolo: una minoría cada vez más despreciada. Ahora ha tenido lugar un pequeño retroceso, pero luego la presión aumentará. La pregunta es: ¿aprovecharemos bien ese retroceso?
Sigo volviendo a las palabras de Roland Fryer. No transigió porque había otros incentivos que valoraba más: «Cada día», dijo, «tenía que mirarme al espejo y decirme: «¿por qué estás aquí?»… Yo buscaba la verdad». Se negó a transigir porque buscaba la verdad, sin importarle las consecuencias. No valoraba lo que valoraban sus colegas, por lo que no temía perder lo que ellos temían perder.
Es normal querer ser popular, respetado y apreciado. Es normal querer estabilidad financiera y seguridad. Por eso, el deseo de conseguir esas cosas y el miedo a perderlas son motivaciones tan poderosas. Eso es lo que hace que la presión social y financiera sea tan peligrosa. Y es por eso que Jesús dijo: «Porque donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón» (Mateo 6:21).
¿Cómo puedo cambiar mis motivaciones? Necesito reeducar mi corazón para valorar más lo que más importa, amar a Dios, de modo que pueda decir con confianza: no codicio lo que ellos codician. No amo lo que ellos aman. No temo lo que ellos temen.
Este artículo fue publicado originalmente en inglés en la revista Decision. Usado y traducido con permiso.