¿Está mal pedirle a Dios que se lleve mi vida?

Yo quisiera ser feliz, pero tras una infancia disfuncional y un matrimonio abusivo, he estado pidiéndole a Dios que se lleve mi vida. ¿Está mal? A nadie le importaría de verdad. Ni siquiera me extrañarían.


La gente solía enviar una gran cantidad de preguntas a Billy Graham. Durante décadas, Él respondió a un sinnúmero de ellas en una columna periodística sindicada llamada «Mis Respuestas». Esta es una de ellas.

Solo Dios es el dador de vida. Es peligroso decidir por nosotros mismos cuándo debería terminar nuestra vida. Esos pensamientos no son de Dios, sino de Satanás. La Biblia afirma: «[Satanás] no viene mas que a robar, matar y destruir; yo he venido para que tengan vida, y la tengan en abundancia» (Juan 10:10).

Cuando crecemos en circunstancias difíciles y, en particular, cuando pasamos por relaciones abusivas, quedan cicatrices. Sin embargo, Dios tiene planes mejores para aquellos que acuden a Él. Dios entiende los sentimientos de desesperación. Esas experiencias hacen que nos sintamos sin valor, como si no le importáramos a nadie, pero no debemos dejar que la sociedad nos diga eso porque la Biblia nos dice lo contrario. «Depositen en [Jesús] toda ansiedad, porque él cuida de ustedes» (1 Pedro 5:7).

Al orar a Dios, mostramos que conocemos su poder y su interés en nuestra vida. A través de la Escritura, Él nos ha mostrado con ejemplos que cuando la gente ora y lo busca, Él escucha y contesta (Jeremías 29:11‑13). Si lo buscamos en todas las cosas, Él nos guiará y nos dirigirá al camino que debamos tomar. Ese camino jamás será el suicidio.

Todos necesitamos de amistades cristianas y comunión. Cuando nos comprometemos con una iglesia local que cree que la Biblia es la palabra inspirada por Dios y la predica, nuestra vida mejora y demuestra el amor que Cristo tiene por el mundo. Saber que Dios se preocupa, y que su pueblo se preocupa por otros hace toda la diferencia en el mundo.

Dios está enviando su mensaje de amor, pero nosotros debemos sintonizarnos. Debemos estar dispuestos a oír y recibir su mensaje y, luego, a obedecerlo.

(Este artículo está basado en las palabras y los escritos del difunto Reverendo Billy Graham).

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