Esta es una adaptación de un mensaje que Billy Graham predicó en el programa de radio «Hour of Decision» (Momentos de decisión) el 9 de julio de 1961. Durante ese mes, las tensiones de la Guerra Fría eran extremas, ya que cientos de refugiados provenientes de Alemania Oriental cruzaban a diario a Berlín Occidental para escapar del dominio comunista. Pocas semanas después, comenzó la construcción del Muro de Berlín, que se mantendría como barrera entre Berlín Oriental y Occidental durante casi 30 años. Aunque las condiciones han cambiado, el mensaje de Billy Graham es tan relevante hoy como cuando lo predicó en aquella ocasión.
La raza humana sigue precipitándose de crisis en crisis. La situación mundial sigue deteriorándose, y los nubarrones de la guerra se ciernen sobre nosotros mientras temblamos una vez más al borde del desastre.
Un importante editorial presentó la pregunta: «¿Qué debemos hacer para salvarnos?», casi la misma pregunta que el carcelero de Filipos le hizo al apóstol Pablo. El autor de este editorial del siglo XX no pudo encontrar una respuesta a esta pregunta tan importante.
Sir James Orr, uno de los mayores científicos del mundo, escribió: «Toda la raza se está desmoronando hacia su destrucción. Las naciones no tienen cordura». Suena como el profeta Jeremías, que dijo: «Las naciones bebieron de su vino y se enloquecieron» (Jeremías 51:7). La historia ha demostrado cuánta razón tenía Jeremías.
¿No es extraño que los libros de Daniel y del Apocalipsis, desechados con tanta facilidad en los primeros años del siglo XX, ahora les estén prestando palabras a quienes analizan estos tiempos?
No solo el mundo se enfrenta a una crisis, sino que el cristianismo contempla cómo se levantan gigantes para batallar en su contra —más poderosos, con influencia más global que cualquier contrincante que la iglesia haya conocido desde la caída del paganismo en Europa hace 1500 años—.
En las universidades y otras instituciones de educación superior se enseña una filosofía antisupernaturalista a los estudiantes: se niega a Dios y se deifica al hombre. Hace mucho tiempo, el apóstol Pablo nos dijo que llegaría el día en que la humanidad apartaría sus ojos de la verdad y creería en la mentira. Esta actitud naturalista se encuentra en gran parte de nuestra literatura contemporánea sobre Cristo mismo. Se niega el nacimiento virginal, se proclama que la resurrección corporal de Cristo es un mito y se dice que Cristo fue un hombre bueno, pero que no era Dios.
Un comentarista de televisión me preguntó si podía demostrar que Jesús era Dios. Le contesté: «Si Jesús no era Dios, entonces fue el mayor mentiroso y el hombre más inmoral que ha conocido el mundo. Jesucristo afirmó ser Dios. Ningún hombre bueno engañaría deliberadamente a la gente. Ningún hombre bueno mentiría deliberadamente. O bien Jesucristo era todo lo que decía ser, o fue uno de los hombres más engañosos que el mundo ha conocido».
Los filósofos naturalistas se refieren a los milagros de la Biblia como «magia milagrosa» y «absurdos opresivos». Intentan destruir el fundamento mismo del cristianismo: la fe en Cristo como Hijo de Dios.
Sus filosofías son la causa básica del deterioro moral en todo el mundo occidental. Si no existe un Dios trascendente que se interese por los asuntos de los hombres, entonces no hay ley moral, y cada persona tiene derecho a hacer lo que le plazca. Hemos sembrado al viento y ahora estamos cosechando un torbellino de engaños, mentiras, deshonestidad e inmoralidad a una escala que no se ha conocido en la historia de esta nación.
Un segundo gigante que se enfrenta hoy a la iglesia cristiana es el comunismo. Hay quienes piensan que si los comunistas se apoderan del mundo, serán tolerantes con la religión. Esto es un engaño. Cuando los comunistas ya no tengan que preocuparse por la opinión mundial, harán todo lo que esté en sus manos para destruir toda religión. Si esto ocurre, toda libertad religiosa habrá desaparecido. Así, la iglesia se enfrenta a una de las religiones anti Dios más agresivas que el mundo ha conocido.
En tercer lugar, la iglesia también se enfrenta a un caballo de Troya desde dentro. Por un lado, hay un fariseísmo ortodoxo que se atiene estrictamente a la letra de la ley, pero que conoce poco del espíritu del amor o las gracias cristianas que pertenecen a una vida llena del Espíritu. Están ocupados peleando y discutiendo sobre puntos pequeños y no esenciales. Tienen poco amor por las almas de los perdidos y poco interés en la miseria de sus compañeros creyentes. Han omitido la conciencia social que era típica de Wesley y Whitefield. Están tan ocupados defendiendo la fe que tienen poco tiempo para ganar almas.
Por otra parte, están los saduceos que niegan las doctrinas esenciales del cristianismo. Niegan que el único camino de salvación sea la cruz de Jesucristo. Niegan que la sangre de Jesucristo haya sido derramada por los pecados de las personas o que tenga algún poder para salvar las almas. Niegan las doctrinas históricas de la Iglesia. Tienen una filosofía humanista que se diferencia poco de las normas éticas del budismo. Han negado el carácter milagroso de las Escrituras y han rechazado abiertamente los fundamentos de la verdadera fe cristiana.
Creo que si Cristo viniera hoy en persona, denunciaría mordazmente tanto a los fariseos modernos como a los saduceos. Los llamaría de nuevo hipócritas, guías ciegos de los ciegos, que cuelan un mosquito y se tragan un camello. Sus palabras aún resuenan como el trueno: «¡Ay de ustedes, maestros de la ley y fariseos, hipócritas! Limpian el exterior del vaso y del plato, pero por dentro están llenos de robo y de desenfreno. ¡Fariseo ciego! Limpia primero por dentro el vaso y el plato, y así quedará limpio también por fuera» (Mateo 23:25-26). Volvemos a oír sus palabras: «¡Ay de ustedes, maestros de la ley y fariseos, hipócritas!, que son como sepulcros blanqueados. Por fuera lucen hermosos, pero por dentro están llenos de huesos de muertos y de podredumbre» (Mateo 23:27).
Las luchas y la división causadas en la Iglesia cristiana, tanto por los fariseos como por los saduceos, se han convertido en un hedor en las narices de Dios y han contrariado al Espíritu de Dios hasta tal punto que el verdadero avivamiento es imposible a menos que los cristianos confiesen sus pecados y se entreguen a Dios con un nuevo espíritu de amor.
Ante estos enemigos y muchos otros, tanto dentro como fuera de la iglesia, ¿qué deben hacer los cristianos? ¿Qué debemos esperar como resultado de estos conflictos? Ciertamente, en el horizonte se vislumbran batallas mayores, ya que Satanás, al darse cuenta de que su tiempo está llegando a su fin, hace todo lo posible a fin de destruir el testimonio efectivo de la Iglesia.
En primer lugar, se nos dice que nos mantengamos firmes en las Escrituras. El apóstol Pablo, al final de su carta a los Efesios, tiene exactamente las palabras adecuadas para los asediados soldados de Cristo. Después de enumerar los poderes malignos que se enfilan contra nosotros, ordena inmediatamente en el Nombre del Señor: «Por lo tanto, pónganse toda la armadura de Dios, para que cuando llegue el día malo puedan resistir hasta el fin con firmeza» (Efesios 6:13).
Los eruditos que estudian griego antiguo nos recuerdan que esta frase, «el día malo», se refiere a una hora concreta en la que el mal se manifestará de forma inusual en el pensamiento, la actividad y los afanes de la humanidad.
En segundo lugar, debemos reexaminar los fundamentos de nuestra fe y conocer mejor la roca permanente e inamovible de la verdad histórica sobre la que descansan nuestra fe y nuestra esperanza. Debemos aprender, estudiar y digerir los grandes hechos de nuestra fe. El hecho supremo es que «Dios estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo mismo» (2 Corintios 5:19), desde la encarnación hasta su gloriosa resurrección.
Una y otra vez, los escritores del Nuevo Testamento exponen poderosas verdades que podemos conocer con certeza. No debemos adivinar sobre este asunto de la vida y la muerte. No se espera que demos un salto en la oscuridad. Debemos saber, dice la Biblia. Como dijo Juan al final de su primera epístola: «Sabemos que somos hijos de Dios» (1 Juan 5:19). En la misma epístola leemos: «Les escribo estas cosas a ustedes que creen en el nombre del Hijo de Dios, para que sepan que tienen vida eterna» (1 Juan 5:13) [énfasis añadido].
Mi mujer y yo sentimos que nuestros hijos tal vez serán llamados a soportar persecuciones y dificultades a una escala nunca antes vista por los cristianos en la historia de los Estados Unidos. Por tanto, les instamos a que memoricen las Escrituras tanto como sea posible, pues se ha demostrado que quienes han memorizado grandes porciones de las Escrituras han podido resistir el adoctrinamiento del mundo.
En tercer lugar, los cristianos debemos recordar que la Palabra de Dios predijo precisamente un momento como este. Ningún otro libro del mundo pronuncia una profecía tan precisa como la Biblia. Ni Platón, ni Aristóteles, ni Cicerón, ni Plutarco, ni ninguno de los antiguos, hablaron de un día como este, en el que veríamos un tumulto y una agitación de las condiciones mundiales.
Con voz profética, Jesús predijo en Mateo 24 y Lucas 21 días como estos. Dijo: «Ustedes oirán de guerras y de rumores de guerras, pero procuren no alarmarse. Es necesario que eso suceda, pero no será todavía el fin. Se levantará nación contra nación, y reino contra reino. Habrá hambres y terremotos por todas partes» (Mateo 24:6-7). Luego advirtió a los cristianos: «Entonces los entregarán a ustedes para que los persigan y los maten, y los odiarán todas las naciones por causa de mi nombre» (Mateo 24:9). Y también advirtió severamente que, como la iniquidad abundará, el amor de muchos cristianos se enfriará. Pero luego advirtió: «Tengan cuidado, no sea que se les endurezca el corazón por el vicio, la embriaguez y las preocupaciones de esta vida. De otra manera, aquel día caerá de improviso sobre ustedes, pues vendrá como una trampa sobre todos los habitantes de la tierra. Estén siempre vigilantes, y oren para que puedan escapar de todo lo que está por suceder, y presentarse delante del Hijo del hombre» (Lucas 21:34-36).
Los trágicos días en los que vivimos no toman a los cristianos por sorpresa. La razón por la que tantas personas que profesan la religión cristiana están preocupados, se retuercen las manos, y gritan: «¿Qué haremos? ¿Qué haremos?» es porque han descuidado el estudio de sus Biblias. Han pasado más tiempo viendo el último programa de televisión o leyendo los periódicos, que leyendo la Biblia. Han descuidado los servicios espirituales que conducen al crecimiento y a la solidaridad en Cristo. Por eso, estos acontecimientos, que se mueven con gran rapidez, les pillan desprevenidos.
Si queremos librarnos de la tormenta que se cierne en el horizonte, es necesario que se produzca un movimiento del Espíritu de Dios que provoque un verdadero despertar espiritual. Hoy puedes venir a Cristo, arrepentirte de tus pecados y recibirlo como tu Salvador. Tu vida puede cambiar y tu alma puede salvarse por la eternidad. Y puede haber un nuevo gozo y una nueva paz en tu vida: una nueva dimensión de vida.
¿Recibirás a Cristo hoy?
©1961 BGEA