Billy Graham: Todo en tu vida es del Señor

Cristo ha resucitado de entre los muertos. Y porque Él vive, nosotros los que le conocemos, también viviremos. En la resurrección, Jesucristo venció al pecado y a la muerte, y está vivo para siempre. En todo el mundo, las iglesias se llenan de fieles porque hay una tumba vacía en Jerusalén.

Adoramos a un Salvador resucitado y vivo, que ha prometido la inmortalidad a todos los que creen en su Nombre. Ya no es necesario que hombres y mujeres tropiecen en la niebla y la oscuridad de la desesperanza. Una Luz brilla más que el sol del mediodía, ofreciendo esperanza a todos los que han nacido de nuevo. Jesús prometió: «Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí vivirá, aunque muera; 26 y todo el que vive y cree en mí no morirá jamás. ¿Crees esto?» (Juan 11:25-26, NVI).

Hace mucho tiempo, Job se preguntaba: «Si el hombre muere, ¿volverá a vivir?» (Job 14:14, NBLA). Esperamos la muerte, pero siempre tenemos un rayo de esperanza de que la ciencia médica descubra algo que nos mantenga vivos por un poco más de tiempo.

La muerte conlleva un cierto temor. Desde el día en que Abel fue asesinado, la gente ha temido a la muerte. Ha sido el enemigo —el gran monstruo misterioso— que ha hecho temblar de miedo a la gente.

La Biblia siempre relaciona el pecado con la muerte. Dice que «… el aguijón de la muerte es el pecado» (1 Corintios 15:56, NVI) y que «por medio de un solo hombre el pecado entró en el mundo, y por medio del pecado entró la muerte; fue así como la muerte pasó a toda la humanidad, porque todos pecaron» (Romanos 5:12).

La muerte acecha al rico y al pobre, al culto y al inculto. La muerte no respeta raza, color ni credo. Su sombra nos persigue día y noche. Nunca sabemos cuándo nos llegará el momento de la muerte.

¿Hay esperanza? ¿Existe la posibilidad de la inmortalidad?

Permíteme llevarte a una tumba vacía en el jardín que era propiedad de José de Arimatea. María, María Magdalena y Salomé habían ido a ungir el cuerpo de Cristo crucificado. Se sobresaltaron al encontrar el sepulcro vacío. Un ángel se sentó sobre la piedra junto a la puerta del sepulcro y les dijo: «… sé que ustedes buscan a Jesús». Después, les dijo: «No está aquí, pues ha resucitado…» (Mateo 28:5-6).

La noticia más grande que el oído mortal haya oído jamás es la noticia de que Jesucristo ha resucitado de entre los muertos, tal como prometió. La resurrección de Jesucristo es la prueba principal de la fe cristiana. Es la verdad que yace en el fundamento mismo del Evangelio. Otras doctrinas de la fe cristiana son importantes, pero la resurrección es esencial. Sin una creencia en la resurrección no puede haber salvación personal. La Biblia dice: «… que, si confiesas con tu boca que Jesús es el Señor y crees en tu corazón que Dios lo levantó de entre los muertos, serás salvo» (Romanos 10:9).

En la resurrección de Jesucristo tenemos la respuesta a la gran pregunta de los siglos: «Si los mortales mueren, ¿pueden volver a vivir?». La Biblia enseña que porque Cristo vive, nosotros también viviremos. La verdad más grande que puedes escuchar es que Jesucristo murió, pero también resucitó, y así tú también morirás, pero puedes resucitar a una vida nueva.

«La noticia más grande que el oído mortal haya oído jamás es la noticia de que Jesucristo ha resucitado de entre los muertos, tal como prometió».

La Biblia habla de la resurrección corporal de Jesucristo. No habla de una resurrección espiritual, como algunos nos quieren hacer creer. El cuerpo mismo de Jesús fue levantado de entre los muertos por Dios, y algún día lo veremos.

Cristo resucitado también vive hoy en otro sentido muy real: en el corazón de cada verdadero creyente. Aunque Él está en su cuerpo glorificado en el Cielo, a través del Espíritu Santo, Él también mora en el corazón de cada cristiano. La Escritura dice: «Cristo vive en ustedes. Eso les da la seguridad de que participarán de su gloria» (Colosenses 1:27, NTV). La Escritura dice que «… toda la plenitud de la divinidad habita en forma corporal en Cristo» (Colosenses 2:9, NVI), y Él mismo desciende a vivir en el corazón de los hombres. Es un misterio incomprensible y, sin embargo, gloriosamente verdadero.

Cuando venimos a Jesucristo, traemos todo lo que tenemos. Nuestros cuerpos con todos sus miembros, nuestras facultades, nuestros talentos, nuestro tiempo, nuestro dinero, nuestras posesiones, nuestros corazones, nuestra voluntad, todo es suyo.

Nuestros rostros se convierten en los rostros en los que Cristo resucitado muestra su belleza y su gloria. Nuestros ojos se convierten en los ojos de Cristo resucitado, para exhibir su simpatía y su ternura. Él quiere mirar las necesidades del mundo a través de tus ojos. Tus ojos nunca deben prestarse al diablo; pertenecen a Dios. ¡Ten cuidado con cómo usas tus ojos!

Nuestros labios se convierten en los labios de Cristo resucitado, para decir sus mensajes. Las palabras ásperas y poco amables se quedan sin decirse. Los demás se maravillan de las palabras llenas de gracia que salen de nuestra boca. Cuando estuvo en la tierra, los guardias del templo dijeron: «¡Nunca nadie ha hablado como ese Hombre» (Juan 7:46). Y éste es el que vive dentro de ti. Tus labios se convierten en un instrumento para la expresión de su mensaje. Sus palabras son espíritu y vida. La Palabra que sale de su boca no puede volver a Él vacía. Recuerda: tus labios son suyos; nunca deben ser prestados al diablo.

Nuestros oídos se convierten en los oídos del Cristo resucitado. Serán sensibles a cada grito de necesidad espiritual. Jesús viviendo en nosotros hoy escucha a través de nuestros oídos y oye el grito doloroso de las necesidades del mundo. Presta atención a lo que oyes. Niégate a escuchar la voz del tentador o a dar tu aprobación a la difusión de falsos informes y rumores ociosos sobre los demás. Tus oídos son los oídos de Jesús; nunca se los prestes al diablo.

Nuestra mente se convierte en la mente de Cristo resucitado. La Escritura dice: «La actitud de ustedes debe ser como la de Cristo Jesús» (Filipenses 2:5). Cultiva el pensamiento espiritual. Tu intelecto se convierte en el suyo para que Él pueda planear a través de ti y tú puedas ser un instrumento para la realización de su propósito. Entrégale tu mente para que puedas conocer sus secretos y ser guardado en su voluntad. Nunca le prestes tu mente al diablo; la mente es la vía de ataque favorita del diablo.

Nuestras manos se convierten en las manos de Cristo resucitado, para actuar cuando él así lo indica. Él obrará a través de nosotros. Cristo vivo habita en nuestros corazones y nos da poder para vivir la vida victoriosa. El apóstol Pablo dijo que el mismo poder que resucitó a Cristo de entre los muertos es el poder que nos ha sido dado para que podamos vivir para Él.

«Nuestra mente se convierte en la mente de Cristo resucitado… Entrégale tu mente para que puedas conocer sus secretos y ser guardado en su voluntad. Nunca le prestes tu mente al diablo».

Los pies del cristiano necesitan caminar por la estrecha senda que pisó el Salvador, manteniéndose al paso con Él a lo largo de la peregrinación terrenal. Él vive en ti. Deja que tus pies te dirijan solo a aquellos lugares donde Cristo quiere que vayas.

Debemos permitir que el Cristo resucitado use nuestro tiempo como si fuera suyo; que controle nuestro dinero como si fuera suyo; que energice nuestros talentos, nuestro celo y nuestra capacidad con su vida resucitada; que tenga pleno derecho de paso en todo nuestro ser. Él no quiere solo un apartamento en nuestra casa. Él reclama toda nuestra casa, desde el ático hasta el sótano.

La resurrección no solo nos da la esperanza de la inmortalidad, sino que también nos da la Vida con mayúscula aquí y ahora. Antes de la resurrección de Cristo, el Espíritu Santo venía sobre los seres humanos solo en ciertas ocasiones para tareas especiales. Pero ahora, después de la resurrección, Cristo a través del Espíritu Santo mora en el corazón de cada creyente para darnos poder sobrenatural en la vida diaria. La Escritura dice que si el Espíritu vive en nosotros, el mismo poder que resucitó a Jesús de entre los muertos aquél Domingo de Resurrección nos resucitará a nosotros de entre los muertos. Invoca sus recursos. Su gracia es más que suficiente. Él hará que triunfes siempre sobre el mundo, la carne y el diablo.

Tal vez no conozcas el poder de Cristo resucitado. Tal vez nunca te has arrodillado al pie de la cruz para que tus pecados sean perdonados. Aquel primer Viernes Santo, Jesucristo murió en la cruz en tu lugar. Él tomó tu juicio, tu pecado, tu muerte. Las Escrituras enseñan: «Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo» (Hechos 16:31). La Biblia dice: «La sangre de Jesucristo, su Hijo, nos limpia de todo pecado» (1 Juan 1:7).

Al tercer día Jesús resucitó de entre los muertos. Ese hecho es la innegable garantía de que la obra expiatoria de Cristo en la cruz fue aceptable para Dios en tu lugar.

Ahora necesitas recibirlo y creer en Él. Dios dice que te vestirá de su justicia. Todos pueden conocer el poder de Cristo resucitado. A través de decepciones y pruebas, a través de todas las circunstancias de la vida, Cristo resucitado irá contigo, si pones tu confianza en Él por fe.

En este glorioso tiempo de Pascua, qué momento para entregar tu vida a Cristo, para doblegar tu voluntad a la suya; para dejar que Cristo resucitado venga a morar en tu corazón y te dé un poder sobrenatural para afrontar los problemas del día. Tantas personas están confundidas, solas, desanimadas y sin propósito. 

Entrega tu vida a Cristo. Deja que Él transforme tu vida para que tengas brillo en tu rostro, un impulso adicional en cada paso y alegría verdadera en tu alma.

Primero, tienes que arrepentirte de tus pecados y renunciar a ellos. Segundo, recíbelo como tu Salvador por fe. ¿Lo harás hoy? Si lo haces, Cristo resucitado vendrá a vivir en tu corazón. 

©1965 BGEA

A menos que se indique lo contrario, las citas de las Escrituras están tomadas de la Santa Biblia, Nueva Versión Internacional. 

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