Mientras cruzaba un campus universitario para dar una conferencia, un estudiante de segundo año se me acercó y me dijo: «Sr. Graham, ¿no nos defraudará usted, verdad?». Me dejó perplejo, y le pregunté a qué se refería. Me explicó: «Díganos por favor cómo encontrar a Dios. Es lo que necesitamos».
En otra universidad, un estudiante me dijo: «Sr. Graham, escuchamos mucho acerca de lo que Cristo ha hecho por nosotros, el valor de la religión y lo que es la salvación personal. Pero nadie nos dice cómo encontrar a Cristo».
Este lamento de un estudiante sincero se convirtió en un serio desafío para mí. Desde entonces, en cada sermón ante estudiantes universitarios y de bachillerato [high school] he intentado decirles en forma simple y directa cómo encontrar a Cristo.
Millones de estadounidenses dan por sentado los elementos básicos de la fe cristiana. Sin embargo, hay otros millones que son tan ignorantes del camino de salvación que enseña el Nuevo Testamento como lo son los pueblos no alcanzados de Sudamérica o África.
La Biblia enseña que Dios ha hecho el plan de redención tan claro que cualquiera puede ser salvo. Sin embargo, saber acerca de Cristo, la cruz y el camino de la salvación es una cosa, pero apropiárselo para uno mismo es otra cosa muy distinta.
Hay miles de personas en el mundo de los negocios, miles de obreros calificados y miles de estudiantes en nuestras universidades que tienen una comprensión intelectual de la fe cristiana, pero nunca han permitido que Cristo entre en sus vidas.
Usted tiene una necesidad
Me gustaría hablar muy sencillamente acerca de cómo encontrar a Jesucristo y tener la seguridad de la salvación.
PRIMERO: Reconozca su necesidad. Nunca se encontrará cara a cara con Cristo a menos que sepa que lo necesita. Si se siente autosuficiente, capaz de enfrentar la vida con su propio poder, entonces probablemente nunca lo encontrará. Una lectura de los Evangelios le mostrará que Jesús no obligaba a las personas que se sentían autosuficientes, justas y confiadas en sí mismas a recibirlo.
Pero no tuvo reparos en abrir los ojos del ciego Bartimeo cuando clamó: «Jesús, ten compasión de mí». No dudó en dar el agua de vida a la mujer samaritana que dijo: «Señor, dame de esa agua para que no vuelva a tener sed». Se puso de inmediato al lado de Pedro cuando se hundía en el agua y clamó: «¡Señor, sálvame!».
No encontramos ningún caso en el que Cristo se rehusara a ayudar a alguien que vio en Él la respuesta a su necesidad más profunda. Por otra parte, no tenemos registros de que haya obligado a ninguna persona que rechazaba su presencia y su poder a recibirlo. Su promesa es: «Me buscarán y me encontrarán, cuando me busquen de todo corazón» (Jeremías 29:13).
Tenemos su promesa
Reconozca su propio pecado y necesidad espiritual, y solo entonces podrá recibir una respuesta de Cristo. Él no vino a llamar a los justos, sino a los pecadores, al arrepentimiento.
Antes de poder ser salvo, usted debe darse cuenta de que está perdido.
Antes de poder ser perdonado, usted debe darse cuenta de que ha pecado.
Antes de poder convertirse, usted debe estar convencido de que está en el camino equivocado.
Muchas promesas divinas dependen de una condición humana: «Mas a cuantos lo recibieron […], les dio el derecho de ser hijos de Dios» (Juan 1:12). «Si vivimos en la luz, […] la sangre de su Hijo Jesucristo nos limpia de todo pecado. […]. Si confesamos nuestros pecados, Dios, que es fiel y justo, nos los perdonará y nos limpiará de toda maldad» (1 Juan 1:7, 9).
Tenemos la promesa, si cumplimos con las condiciones de Dios. Debemos recibir a Cristo antes que podamos ser llamados hijos de Dios, y debemos confesar nuestros pecados antes de poder ser perdonados.
La Biblia enseña que «todos han pecado y están privados de la gloria de Dios» (Romanos 3:23). Tal vez usted nunca ha sentido que es un pecador o una pecadora, porque nunca ha cometido un acto abiertamente inmoral.
En tal caso, reciba por fe la enseñanza de la Palabra de Dios de que aun así, usted no ha cumplido con los requisitos de Dios. Estoy seguro de que usted no se considera perfecto. Acepte por fe el hecho de que usted es un pecador.
Isaías, el gran profeta, al ver la pureza y la santidad de Dios, clamó: «¡Ay de mí, que estoy perdido! Soy un hombre de labios impuros y vivo en medio de un pueblo de labios blasfemos» (Isaías 6:5).
Job, al considerar la santidad y la majestad de Dios, dijo: «Me aborrezco» (Job 42:6, RVR60).
Pedro, el gran apóstol, quien estuvo dispuesto a ser crucificado cabeza abajo por su Salvador, confesó: «Soy un pecador» (Lucas 5:8).
Vamos al médico
Todos somos pecadores ante los ojos de Dios. Debemos reconocer nuestros pecados y estar dispuestos a confesarlos. Cuando tenemos una necesidad física, vamos al médico.
Cuando reconocemos que tenemos una enfermedad moral y espiritual, debemos ir al Gran Médico, nuestro Señor y Salvador Jesucristo. Él es el único en el cielo y la tierra que está calificado para tratar con los complejos problemas del corazón humano.
Si la ONU se diera cuenta de que el problema básico del mundo es espiritual y moral, sería el primer paso hacia la paz mundial. Sin embargo, está cometiendo el error que han cometido todos los grandes cuerpos deliberativos. Trata con los síntomas más que las causas. ¡La causa de nuestro problema es el pecado!
Este es el mismo error que usted puede estar cometiendo en su propia vida. Ha pensado que su problema es producto de un matrimonio desafortunado, condiciones de trabajo desfavorables o tal vez una discapacidad física o tensiones emocionales.
El problema básico
Pero el problema básico se encuentra en su propia alma. Usted ha ofendido a Dios con su pecado, y ha encontrado que no tiene fuerzas para vivir la clase de vida que usted sabe que debería vivir.
En el momento que usted reconozca esta necesidad y esté dispuesto a acudir a Cristo por fe, habrá dado el primer paso hacia la salvación y la redención.
SEGUNDO: Esté abierto a entender la cruz. Esto suena casi imposible, porque aun los mayores teólogos nunca entendieron los misterios de la cruz. Esta es una dificultad que parece casi insuperable desde el punto de vista humano. La Biblia misma dice que el hombre natural no puede comprender las cosas de Dios, así que ¿cómo puede alguien entender la cruz antes de encontrar la seguridad cristiana?
Cuando vemos a Cristo muriendo y derramando su sangre por nuestros pecados, quedamos absortos, asombrados y fascinados. Sentimos una extraña atracción. No podemos siquiera entender nuestros propios sentimientos. No podemos entender un amor tan grande como el suyo.
¿Cómo podemos entender?
Muchos intelectuales han creado teorías con relación a por qué murió Cristo y cuál fue el significado eterno de su muerte. Ninguna parece encajar: todas son inadecuadas. Ninguna nos satisface. Solo cuando entendemos que Cristo estaba muriendo en el lugar de los pecadores, por el pecado, encontramos una explicación satisfactoria. Pero, ¿cómo podemos entenderlo?
He aquí el milagro. Así como Pedro dijo gracias a una revelación divina: «Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente» (Mateo 16:16), de la misma forma, mediante un milagro, el significado de la cruz le será dado a usted por el Espíritu Santo.
Recuerdo a un joven periodista de Glasgow que asistió a las reuniones de Kelvin Hall como parte de su trabajo. Oyó el evangelio noche tras noche, pero no pareció hacer ningún impacto sobre él.
Sin embargo, un día, cuando uno de sus colegas le preguntó: «¿Qué están predicando allá?», trató de explicar el evangelio y, al hacerlo, dijo: «Es así … Cristo murió por mí … Cristo murió por mis pecados … y resucitó …».
Y cuando lo dijo, ¡de pronto se dio cuenta de que era verdad! De pronto recibió milagrosamente el pleno significado de esas palabras y en ese momento recibió la seguridad de la salvación.
Cuán vívida, cuán viva se vuelve la cruz cuando Pablo habla de ella: «He sido crucificado con Cristo, y ya no vivo yo sino que Cristo vive en mí» (Gálatas 2:20). Cuando usted vea a Jesús exaltado y levantado, el Hijo de Dios, azotado, desfigurado, magullado y muriendo por usted, y pueda decir junto con Pablo, «quien me amó y dio su vida por mí», habrá dado el segundo paso hacia la seguridad de la fe cristiana.
TERCERO: Considere el costo. Jesús desalentó el entusiasmo superficial. Instó a las personas a considerar detenidamente el costo de ser un discípulo. Frecuentemente, cuando grandes multitudes lo seguían, se dirigía a la gente y les decía: ¿Han considerado el costo? ¿Se dan cuenta de que si alguien quiere seguirme tendrá que negarse a sí mismo, tomar su cruz y seguirme?
También dijo: «Supongamos que alguno de ustedes quiere construir una torre. ¿Acaso no se sienta primero a calcular el costo, para ver si tiene suficiente dinero para terminarla? […] De la misma manera, cualquiera de ustedes que no renuncie a todos sus bienes, no puede ser mi discípulo» (Lucas 14:28, 33).
¿Qué es más difícil?
Muchos se acercan a Cristo sin considerar el costo primero. El costo incluye arrepentimiento, dejar el pecado y un reconocimiento continuo y diario de Cristo en su vida. Estos son los requisitos mínimos del discipulado. La vida cristiana no es para los débiles, los blandos o los cobardes.
El director de un campamento cuyo propósito es llevar a jóvenes pandilleros a Cristo dice: «Ser cristiano es la cosa más difícil del mundo. ¿Qué puede haber más difícil que amar a nuestros enemigos?».
Un chico, que se convirtió en un robusto discípulo de Cristo en este campamento, dijo recientemente: «En este grupo, todos somos hermanos y todos somos hombres. Era demasiado duro para mí al principio, pero luego escuché que a través de Cristo todo es posible. Luego la dureza desapareció. Para mí un hombre no es un hombre completo sino hasta que llega a conocer a Jesucristo».
Sí, la vida cristiana es dura y difícil, pero también es desafiante. Vale todo lo que cuesta ser un seguidor de Jesucristo. Pronto encontrará que la cruz no es mayor que Su gracia. Cuando tome la cruz de la impopularidad, en la universidad o donde se encuentre, encontrará que la gracia de Dios está ahí, más que suficiente para suplir cada una de sus necesidades.
CUARTO: Dé un paso decisivo. Un día, en la Universidad de Stanford, un estudiante de una religión no cristiana se acercó a mí en el campus y me dijo que estaba convencido de que Jesús era el Hijo de Dios, pero no podía confesarlo públicamente. Dijo que en su país de origen el costo social sería demasiado grande.
Tuve que decirle que la Biblia afirma: «A cualquiera que me reconozca delante de los demás, yo también lo reconoceré delante de mi Padre que está en el cielo. Pero a cualquiera que me desconozca delante de los demás, yo también lo desconoceré delante de mi Padre que está en el cielo» (Mateo 10:32-33).
Como el joven rico de la Biblia, se fue triste. Había considerado el costo y no pudo pagar el precio del reconocimiento abierto de Jesús como su Salvador.
Pedimos a las personas que hagan una confesión pública de Cristo en nuestras reuniones porque Cristo exige un compromiso definido. No existe tal cosa como un discípulo secreto. Cristo tenía razones para exigir que la gente lo siguiera abiertamente. Él sabía que un voto sin testigos no es un verdadero voto.
El paso decisivo
Hay tres personitas que viven en el fondo de nosotros. Una es el intelecto, otra es la emoción y la tercera es la voluntad. Usted podrá aceptar intelectualmente a Cristo. Emocionalmente, puede sentir que lo ama. Sin embargo, hasta que no se haya entregado a Cristo mediante un acto decisivo de su voluntad, usted no es cristiano.
¿Ha dado usted este paso decisivo? La Biblia dice: «Mas a cuantos lo recibieron, a los que creen en su nombre, les dio el derecho de ser hijos de Dios» (Juan 1: 12).
QUINTO: Permita que Dios cambie su vida. Cuando acude a Cristo, usted es un bebé espiritual. Al leer el Nuevo Testamento, verá cómo los primeros discípulos, durante los primeros días de seguir a Cristo, tropezaron y frecuentemente fracasaron. Discutían, eran envidiosos, contenciosos, infieles y a menudo se enojaban.
No obstante, a medida que se iban vaciando de sí mismos y se llenaban de Cristo, fueron desarrollándose hacia la plena estatura de un cristiano.
La conversión es solo el principio. Una nueva vida comienza en usted el momento en que recibe a Cristo. El Espíritu Santo ha pasado a residir en usted. Durante el resto de su vida se ocupará de conformarlo a la imagen de su Hijo, el Señor Jesucristo.
Sin embargo, usted será un objetivo de Satanás, el enemigo de Cristo. Cuando usted andaba en el camino de Satanás, en el mundo, él no se preocupaba demasiado en molestarlo. Lo tenía para sí; usted era su hijo. Pero ahora, desde que usted recibió a Cristo y es un hijo de Dios, Satanás usará todas sus técnicas diabólicas para frustrarlo, obstaculizarlo y derrotarlo.
Milagros alrededor de usted
Cuando usted viene a Cristo, su comportamiento moral sufrirá un reajuste. Encontrará un nuevo deseo de hacer lo correcto junto con las fuerzas para hacerlo.
Habrá reminiscencias de la vida antigua, y habrá momentos en los cuales tendrá deseos de volver «como la puerca lavada, a revolcarse en el lodo» (2 Pedro 2:22). Pero recuerde a quién pertenece ahora.
Usted ha recibido a Cristo y quiere seguirlo y servirlo. Ahora tiene la naturaleza de Cristo en su interior, y «el que está en ustedes es más poderoso que el que está en el mundo» (1 Juan 4:4).
Si usted es fiel en asistir a la iglesia, en la oración, la lectura bíblica y el testimonio, Dios obrará en usted y a través de usted. Usted podrá decir, como Pablo: «Todo lo puedo en Cristo que me fortalece» (Filipenses 4:13). Verá que ocurren milagros alrededor de usted al disciplinar su vida según el patrón de un verdadero cristiano.
¿Está listo para encontrarse con Dios?
¿No le gustaría saber que todo pecado ha sido perdonado? ¿No le gustaría saber que usted está listo para encontrarse con Dios no importa lo que ocurra en esta era nuclear? En resumen, aquí están los cinco pasos:
PRIMERO: Reconozca su necesidad.
SEGUNDO: Esté abierto a entender la cruz.
TERCERO: Considere el costo.
CUARTO: Dé un paso decisivo de compromiso con Jesucristo.
QUINTO: Permita que Dios cambie su vida.
¿Le ha pasado todo esto a usted? Si no es así, todo esto podría suceder si tan solo permite que Cristo entre en su corazón. Invítelo ahora mismo. La Biblia dice: «Todo el que invoque el nombre del Señor será salvo» (Romanos 10:13).
Esta es una traducción del sermón de Billy Graham © BGEA 1958.