¿Quisiera tener la seguridad de que usted es verdaderamente salvo? La Primera Carta de Juan se escribió para que, en lugar de dudas, podamos tener la seguridad de nuestra salvación.
Hay una historia de un niño que estaba haciendo volar una cometa. La cometa estaba tan alta, que desapareció entre las nubes. Un hombre que pasaba le preguntó al niño: “¿Qué haces, hijo, sosteniendo esa cuerda?” El niño respondió: “Tengo una cometa allá arriba.” El hombre miró y dijo: “No la veo.” El niño replicó: “Bueno, sé que está ahí porque siento el tirón.”
Así es el testimonio del Espíritu Santo dentro de nosotros. Quizá no siempre veamos la evidencia, pero constantemente sentimos en nuestro corazón un “mover” que nos hace saber que estamos en contacto con Dios. Ése es el testimonio del Espíritu Santo.
La primera epístola de Juan es un libro de examen escrito para que tengamos seguridad, sin dudas. Además del testimonio del Espíritu Santo, en 1 Juan se marcan otros cinco puntos que nos caracterizarán si pertenecemos a Dios sin lugar a dudas.
Primero, debemos creer en el Salvador, Jesucristo. Alguien le preguntó a Sundar Singh, el gran cristiano de la India, por qué era cristiano, y qué encontraba en el cristianismo que no pudiera encontrar en las otras religiones de la India. Él respondió con estas dos palabras: “Cristo Jesús.” No hay otra persona que haya muerto por los pecados del mundo. No hay otro que haya resucitado de los muertos. No hay otro que dé esperanza de que regresará y establecerá su reino. La Biblia dice: “Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve,” (Hebreos 11:1). La fe va acompañada de la idea de seguridad. Si tenemos fe, Dios nos da la seguridad, la certeza, el conocimiento, de que hemos pasado de muerte a vida.
Creer
¿Cree usted? La palabra “creer” implica la idea de rendición total, de poner toda nuestra seguridad en lo que Cristo hizo por nosotros en la cruz; no confiar en nuestras buenas obras, no confiar en nuestro dinero, no confiar en nada, ni siquiera en ser miembro de una iglesia, sino confiar en la Persona de Jesucristo.
Segundo, debemos cambiar de actitud con respecto al pecado. ¿Qué significa esto? Pues bien, 1 Juan 5:18 dice: “Sabemos que todo aquel que ha nacido de Dios, no practica el pecado”. “Oh, pero…,” dirá usted, “sin duda los cristianos pecan.” Pero ¿sabe usted qué significa lo que dice este pasaje? No practicamos el pecado; es decir, el pecado ya no es habitual en nuestras vidas.
Confesar
Pero supongamos que pecamos. Supongamos que resbalamos y caemos. Supongamos que cedemos ante la tentación por un momento. ¿Qué sucede? Tenemos que confesar ese pecado. Decírselo al Señor; decirle: “Señor, he pecado.” La Escritura dice: “La sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado,” (1 Juan 1:7). “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados,” (1 Juan 1:9).
No sólo debemos confesarlos, sino abandonarlos. No tiene sentido arrepentirnos del pecado y decir: “Lo siento, Señor, he pecado”, para luego volver a repetir el pecado. Eso no es verdadero arrepentimiento. El arrepentimiento implica dejar de repetir el pecado. En otras palabras, el pecado ya no es una práctica habitual en nuestras vidas. Quizá resbalemos y caigamos de tanto en tanto, pero no es una práctica. No lo hacemos en forma deliberada.
Por eso es que la Biblia enseña que la vida del cristiano se vive día tras día. La Biblia dice que debemos exhortarnos los unos a los otros “cada día,” (Hebreos 3:13). Debemos tomar nuestra cruz cada día. Debemos buscar en la Biblia cada día. Y debemos renovar nuestra comunión diariamente. La Biblia dice que debemos negarnos a nosotros mismos día tras día. Es difícil. Vivimos en una época en que las presiones que debemos soportar son quizá mayores que las que cualquier otra generación de la historia haya enfrentado.
Tercero, debemos tener el deseo de obedecer a Dios. “Y en esto sabemos que nosotros le conocemos, si guardamos sus mandamientos,” (1 Juan 2:3). Esto no significa que podamos cumplirlos todo el tiempo, pero tenemos el deseo de hacerlo. Queremos hacerlo. Tratamos de hacerlo, con la ayuda de Dios. Hacemos el bien, alimentamos a los pobres, visitamos a las personas que están en prisión. “Como me envió el Padre, así también yo os envoi,” (Juan 20:21).
Jesús ordenó: “Id por todo el mundo y predicad el evangelio,” (Marcos 16:15). Nuestro equipo ha estado en todos los continentes, en las naciones del mundo, declarando que Cristo es la Respuesta, que Cristo murió para salvarnos, que Cristo resucitó, y que regresará. Y en todos los continentes, en todas las culturas y en todos los trasfondos culturales y diferentes ideologías políticas, hemos visto a cientos de personas decirle “Sí” a Cristo.
Participar
Cuarto, debemos tratar de estar separados del mundo. Primera Juan 2:15 dice: “No améis el mundo, ni las cosas que están en el mundo.” ¿Qué significa “el mundo”? Esa palabra, en griego, es “cosmos,” y significa el sistema mundano que está dominado por el mal. “Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él. Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo,” (1 Juan 2:15-16). Esto significa el orden, el comportamiento, la moda, el entretenimiento, todo lo que sea dominado por el diablo. Satanás es llamado “el dios de este mundo” y “el príncipe de este mundo”. La Biblia enseña que debemos vivir en el mundo, pero no participar del mal de este mundo.
Debemos estar separados del mundo del mal. “No toquéis lo inmundo,” dice el Señor (2 Corintios 6:17). Cuando me encuentro con algo del mundo, me pregunto: “¿Está violando esto algún principio bíblico? ¿Le quita frescura a mi vida cristiana? ¿Puedo pedir la bendición de Dios sobre ello? ¿Será piedra de tropiezo para otros? ¿Me gustaría estar allí, o leyendo eso, o mirando eso, en el momento que Cristo regrese?
La mundanalidad no cae como una avalancha sobre una persona, barriéndola del camino. Es más como la gota persistente que cae y cae, y horada la piedra. Y el mundo siempre ejerce una presión constante sobre nosotros, todos los días. La mayoría de nosotros cedería bajo esa presión si no fuera por el Espíritu Santo que vive en nosotros y nos sostiene en pie.
Quinto, debemos ser llenos del Espíritu. El primer fruto del Espíritu es el amor. “Sabemos que hemos pasado de muerte a vida, en que amamos a los hermanos. El que no ama a su hermano, permanece en muerte,” (1 Juan 3:14). ¿Ama usted? ¿Domina su vida el amor?
Pertenecer
Le pido que se comprometa y se asegure de que pertenece a Cristo. Sabe, Cristo llevó sus pecados sobre la cruz, y esos pecados ya quedaron a espaldas de Dios. Él los ha olvidado, a causa de Cristo. Esto es lo que sucede cuando una persona viene a Cristo. Dios no ve sus pecados; ve la sangre de Cristo.
Dios le ofrece el mejor regalo, el más costoso de todo el mundo: la vida eterna. Pero usted debe recibir ese regalo. Dios entregó a su Hijo. Su Hijo resucitó de los muertos. Usted puede tener seguridad. Si lo recibe verdaderamente, estará seguro.