«¿Qué Dios hay como tú?… Tu mayor placer es amar». —Miqueas 7:18
Mucha gente quiere escuchar lo que Dios dice simplemente por curiosidad. Quieren analizarlo y diseccionarlo en sus propios tubos de ensayo. Para esa gente, Dios puede seguir siendo el gran silencio cósmico que está «en algún lugar». Sin embargo, Dios se comunica con aquellos que están dispuestos a escuchar su voz, recibirlo y obedecerlo.
Jesús señaló que debemos volvernos humildes como niños. En las Escrituras, vemos cómo en repetidas ocasiones Dios se ha revelado a los mansos y los humildes: a un pastorcillo como David, a un hombre del desierto como Juan el Bautista, a los pastores que cuidaban sus rebaños y a una jovencita llamada María. ¿Cómo habla Dios? ¿Cómo puede ver un ciego? ¿Cómo puede oír un sordo?
Desde el principio, Dios se comunicó con los seres humanos. Adán escuchó la voz del Señor en el jardín del Edén. Adán tuvo dos hijos, Caín y Abel, y Dios les habló a ellos también. Caín rechazó lo que le fue revelado, pero Abel obedeció la Palabra de Dios. La respuesta de Abel mostró que el ser humano, aun contaminado y marcado por el pecado, podía responder a las propuestas de Dios. Por lo tanto, desde el principio, Dios comenzó a construir un puente entre Él y las personas por medio de la revelación.