«De este modo todos sabrán que son mis discípulos, si se aman los unos a los otros». —Juan 13:35
El alma humana es un ente solitario. Debe tener la seguridad del compañerismo. Cuando se le deja totalmente sola, no puede disfrutar nada. Dios dijo al principio: «No es bueno que el hombre esté solo» (Génesis 2:18). La creación de Eva fue el principio del compañerismo humano. El pueblo de Dios es un cuerpo, no está destinado a funcionar por separado ni a ser indiferente con los demás. El único cuerpo verdadero en el mundo es la iglesia. El mundo habla grandiosamente de la hermandad, pero en realidad su filosofía es «cada uno a lo suyo». Los hijos de Dios tienen garantizada la amistad más rica y verdadera, tanto aquí como en el más allá. Solo en la amistad verdadera y en el amor auténtico encontramos una base genuina para la paz. Solo Dios puede derribar las barreras nacionales y raciales que dividen a la humanidad hoy en día. Solo Dios puede suplir ese amor que debemos tener hacia nuestro prójimo. Nunca construiremos la hermandad de la humanidad sobre la tierra hasta que seamos creyentes en Cristo Jesús. El único y verdadero poder de cohesión en el mundo es Cristo. Solo Él puede unir los corazones de la humanidad con amor genuino.