«La sabiduría que desciende del cielo es ante todo pura, y además pacífica, bondadosa, dócil, llena de compasión y de buenos frutos, imparcial y sincera». —Santiago 3:17
En los últimos años, el mundo se ha venido trasformando en una especie de barbarie. Mientras que el cristianismo puesto en práctica ha disminuido, la indecencia y la violencia han aumentado. Vecinos pelean con vecinos. Las riñas son un grave problema en nuestras escuelas; y las «guerras entre pandillas» de adolescentes han llegado a presentar una amenaza seria en nuestras ciudades. Padres y madres pelean y discuten. Los hogares se están desintegrando. Los funcionarios de gobierno de muchos países se involucran en acaloradas disputas e insultos mutuos sin mantener la dignidad de su cargo. ¿Por qué? ¿Cómo es que todo este salvajismo se ha introducido en nuestra vida social? Porque hemos olvidado las palabras de Jesús: «Dichosos los humildes, porque recibirán la tierra como herencia» (Mateo 5:5). He sido testigo de cómo hombres duros, rudos e insensibilizados abrieron sus corazones por fe, recibieron a Cristo como Salvador y se volvieron caballeros amables, pacientes y compasivos.