Mi hermana y yo estamos debatiendo si debemos continuar con nuestro ministerio de mujeres en la iglesia o ayudar a nuestra madre que está sola y frágil físicamente, sintiéndose inútil. Muchas personas nos dicen que nuestro ministerio en la iglesia es lo más importante que podemos hacer para el Señor y nos mantiene ocupadas ayudando y animando a otros. Estamos en un gran conflicto.
La gente solía enviar una gran cantidad de preguntas a Billy Graham. Durante décadas, Él respondió a un sinnúmero de ellas en una columna periodística sindicada llamada «Mis Respuestas». Esta es una de ellas.
El Dr. Alan Redpath era pastor de la gran Iglesia Moody de Chicago. En la pared de su oficina, tenía esta inscripción: «Cuidado con la esterilidad de una vida ocupada». Siempre hay algo que hacer. Podemos hacer cosas buenas, pero también podemos hacer cosas mejores. A menudo, la respuesta a nuestro dilema está justo delante de nosotros y hacer lo mejor puede llevar a resolver un conflicto. Es posible que los asistentes a las actividades en la iglesia estén dispuestos a trasladar su actividad a la casa de una persona en necesidad de compañía, a fin de ministrar de tal manera que reflejen su deseo de ser usados por el Señor.
Hoy en día, muchas personas buscan maneras de consolar a otros y esto es encomiable. Hay personas encerradas que necesitan ver una sonrisa. Hay personas solitarias que anhelan escuchar una llamada a la puerta. Hay hospitales y centros de enfermería llenos de pacientes que podrían prosperar si tuvieran a alguien que se preocupara por ellos. Y también hay muchas personas que buscan la manera de llegar a los demás, proporcionando el calor de un apretón de manos, una palabra de consuelo o un mensaje de esperanza. Esto puede abrir las puertas para la evangelización uno a uno y también puede proporcionar un compañerismo cristiano.
Como creyentes, debemos reflexionar sobre la sabiduría de las Escrituras: «Preocupémonos los unos por los otros, a fin de estimularnos al amor y a las buenas obras… animémonos unos a otros» (Hebreos 10: 24-25).
Esta columna se basa en las palabras y los escritos del difunto reverendo Billy Graham.