¿Por qué en nuestra cultura se habla tanto del corazón? La gente dice cosas como que «tiene el corazón roto». El corazón es simplemente otra parte del cuerpo, como el cerebro que nos hace pensar y los pulmones que nos dan aliento.
La gente solía enviar una gran cantidad de preguntas a Billy Graham. Durante décadas, Él respondió a un sinnúmero de ellas en una columna periodística sindicada llamada «Mis Respuestas». Esta es una de ellas.
El corazón humano late unas 100 000 veces cada 24 horas. Se contrae unas 4000 veces por hora. Toda nuestra sangre circula por el corazón cada cuatro minutos. No es de extrañar que los médicos nos exhorten a cuidar nuestro corazón.
Las Escrituras hablan del corazón, pero no se refieren al músculo que nos mantiene con vida. Se refieren a todo nuestro ser interior. El corazón es la sede de nuestras emociones, la sede de la acción decisiva y la sede de la creencia (así como de la duda). El corazón simboliza el centro de nuestra vida moral, espiritual e intelectual. Es la sede de nuestra conciencia y de nuestra vida. Y Dios conoce bien nuestros corazones. El Dios Todopoderoso escudriña nuestros corazones, pesa nuestros corazones según las Escrituras, abre nuestros corazones a su verdad, y nos da corazones nuevos cuando venimos a Cristo, corazones sensibles a su presencia, su guía y su amor.
Cuando decimos: «Se me rompe el corazón», no significa que el músculo del corazón se esté deshaciendo; lo entendemos como el centro de la vida misma. La salvación en Cristo sana el corazón de la enfermedad del hombre llamada pecado. Debemos escudriñar las Escrituras y aprender acerca del Salvador. Su Palabra tiene un efecto purificador sobre el corazón, la mente y el alma del hombre. Dios se revela a aquellos que lo buscan. Nunca debemos dudar en llevar nuestras mayores preocupaciones y pensamientos a Dios. Él ya sabe lo que hay «en nuestro corazón», pero quiere que acudamos a Él con nuestras cargas porque Él llevará esas cargas por nosotros. «Encomienda al Señor tus afanes, y Él te sostendrá» (Salmo 55:22).
Esta columna está basada en las palabras y escritos del difunto reverendo Billy Graham.