Esta serie de verano de cinco partes tiene como objetivo fortalecerte en la Palabra de Dios y equiparte para la batalla espiritual. Esta es la tercera parte de la serie de verano La armadura de Dios.
No te pierdas la primera, la segunda y la cuarta parte.
«Manténganse firmes, ceñidos con el cinturón de la verdad, protegidos por la coraza de justicia, y calzados con la disposición de proclamar el evangelio de la paz. Además de todo esto, tomen el escudo de la fe, con el cual pueden apagar todas las flechas encendidas del maligno. Tomen el casco de la salvación y la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios».
Efesios 6:14-17, NVI
La mayoría de los cristianos en la cultura occidental posiblemente coincidiríamos en que el mundo que nos rodea se está volviendo cada vez más oscuro y antagónico a nuestras creencias fundamentales.
Después de su resurrección y antes de ascender al cielo, el Señor Jesús resucitado nos encargó ir y hacer discípulos a todas las naciones (Mateo 28:19-20); sin embargo, muchos se sienten particularmente desalentados de compartir las Buenas Nuevas en un mundo donde parece que la gente no quiere escucharnos.
Satanás siempre ha encontrado formas de disuadir a los creyentes de hacer lo que Dios ha mandado, y no hay nada contra lo que el enemigo luche más ferozmente que el avance del Reino de Jesús a través de la conversión de nuevos discípulos.
La Biblia nos recuerda que la vida cristiana sucede en el contexto de una batalla invisible y sobrenatural y que, para pelearla, «las armas con que luchamos no son del mundo, sino que tienen el poder divino para derribar fortalezas» (2 Corintios 10:4). Dios no nos envió solos a esta guerra. Él nos dio su armadura para que podamos «hacer frente a las artimañas del diablo» (Efesios 6:11).
El escudo y los sandalias van juntos
Pero, ¿cómo exactamente puede alguien calzarse con disposición?
La disposición para compartir el Evangelio viene a través de la fe, la misma fe que en Efesios 6 se describe como nuestro escudo.
Lo mejor de todo esto es que esa disposición nos es dada en el momento cuando aceptamos poner nuestra fe en Cristo, quien, cuando entra en nuestro corazón, nos llena de paz espiritual.
No tienes que hacer nada en particular para obtener esa disposición para compartir el Evangelio. En el momento en que recibiste a Cristo, te convertiste en un testigo del Evangelio. No tienes que ser un teólogo para compartir las Buenas Nuevas con los demás; solo tienes que estar dispuesto a decirle a la gente lo que Jesús ha hecho por ti.
>>Devocional de Will Graham: Por qué no debes tener miedo de compartir tu fe.
¿Recuerdas el día en que recibiste la Salvación por fe? En ese momento tu fe era casi tangible, porque podías ver y sentir claramente el poder de Dios obrando en ti.
Sin embargo, con el paso del tiempo, esa fe que algún día fue fuerte como un metal brillante comienza un viaje a través de montañas y valles. Cuanto más nos acercamos a Jesús, oramos y leemos la Biblia, más fuerte se hace nuestra fe; cuanto más nos alejamos de Jesús y de su Palabra, nuestra fe empieza a apagarse lentamente.
El secreto para mantener en alto nuestro escudo de fe es mantenernos siempre cerca de Jesús mediante la lectura de su Palabra y pasar tiempo a solas con Él en la oración.
«Yo soy la vid y ustedes son las ramas. El que permanece en mí, como yo en él, dará mucho fruto; separados de mí no pueden ustedes hacer nada».
Juan 15:5
>>¿Por qué debo leer la Biblia?
Permanecer en Cristo
Incluso cuando sentimos que nuestra fe es débil, podemos clamar a Dios, aferrándonos al grano de mostaza de fe que tenemos dentro y que nos ayuda solo a abrir la boca, invocar el nombre de Jesús y decir: Señor, «¡Creo! ¡Ayuda mi incredulidad!» (Marcos 9:24, RV2015).
Cuanto más fuerte sea nuestra fe, más vibrante será nuestra disposición a compartir el Evangelio: ambas están íntimamente conectadas.
Recuerda que, según Efesios 6, la fe funciona como un escudo. Y no se trata de un escudo pequeño y oxidado de la época medieval como los que solemos ver en las ilustraciones. Es un escudo que bien podría inspirar al equipo creativo de las películas de Marvel.
Por muy fuerte y único que sea el escudo del Capitán América, en las películas épicas ha habido ocasiones en las que ha sido destruido por adversarios de otras galaxias. Pero el escudo de la fe que describe la Biblia es tan fuerte e indestructible que los dardos encendidos del mismísimo maligno se extinguirán en cuanto lo toquen.
Lo que dice el apóstol Pablo en su carta a los Efesios es que este enorme y potente escudo de la fe extinguirá o apagará los dardos del maligno como una flecha encendida tocando la inmensidad del océano.
Los ataques del enemigo no tienen poder alguno contra nuestra fe y, al levantar nuestros escudos y dar pasos de fe, podemos ganar terreno para el reino del Señor mientras caminamos calzados con la disposición de compartir el glorioso Evangelio por el cual vivimos.